Pedalear bajo cero puede resultar divertido. Las manos están aún
calientes dentro de los poguis, cubiertas solamente con unos finos guantes de
lana sin dedos. Los pies hacen lo que pueden con tres pares de calcetines y en
la alforja aún están esperando los pantalones térmicos y el abrigo de invierno.
Por la noche, la solución de meter un saco de verano dentro de uno de primavera
da resultado. La tienda también nos aísla del exterior. Bajo nuestro techo de
tela siempre estamos sobre cero y a veces, en mitad de la noche, hasta tenemos que
quitarnos capas de ropa. De momento vamos bien, pero hay un nombre que no deja
de repetirse en la boca de quienes nos encontramos por el camino; cuando un
viento tiene nombre (como nuestros viejos amigos, el Cierzo y el Mistral) es
digno de ser tenido en consideración, pero en el caso del Bura, debería tener hasta
apellidos. Oriundo de Rusia, reparte su aliento gélido por Europa, cubriendo el
continente de un manto blanco. Cuando llega a la costa croata, la masa de aire
frío choca con el Velebit y huye ladera abajo cuando lo sobrepasa, surcando la
costa con furia. Frane nos contaba que hace unos años el Bura vino huracanado,
con rachas de más de 200 km por hora, y en aquella ocasión había visto a una
mujer volando por las calles de Split. En el interior, el frío siberiano
convierte a los valles croatas en una continuación de la estepa. Cuando pasemos
por Gospić tendremos suerte por ver el mercurio sobre cero, pero Danka nos dice
que hace pocos inviernos, en ese mismo lugar, se alcanzaron los 29 grados bajo
cero, en la misma época del año.
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Pelete y todo congelado. |