Nos da mucha pena nuestro ladrón.
Solemos dejar las bicis aparcadas en la plaza principal, rodeadas de gente.
Pero a las nueve de una mañana heladora, nadie camina por las calles de
Cetinje. Nadie excepto el personaje avispado que abre la bolsa del manillar de
una bicicleta cargada de bultos, seguramente con la esperanza de encontrar un
buen botín. Tiene apenas unos segundos para efectuar la maniobra antes de que
alguien le vea, pero la faena tiene buena pinta: agarra un par de fundas de
gafas y debajo de ellas encuentra una petaca con rakja. Piensa que hoy es su día de suerte, va a sacar un buen
dinero vendiendo las gafas y lo celebrará con un trago. Lo que aún no sabe el
pobre ladrón es que una de las fundas está vacía porque Gabi prefiere meterse
las gafas en el bolsillo como paso previo a perderlas o espachurrarlas; tampoco
se imagina que dentro de la otra funda guardamos parches y pegamento para los
pinchazos; y tampoco tiene por qué imaginarse que la petaca es un regalo del
que ya hemos dado buena cuenta. Cuando volvemos de la visita al monasterio
ortodoxo y evaluamos las pérdidas, solo lamentamos la pérdida del regalo (aún
tardaremos dos semanas en percatarnos de que nos faltan las fundas). Dicen los
bereberes que si alguien toma lo que no es suyo no hay que achacar la culpa al
ladrón, sino al antiguo propietario, por no haber sido más responsable con sus
posesiones.
Disfrutando el paisaje invernal. |