Nos da mucha pena nuestro ladrón.
Solemos dejar las bicis aparcadas en la plaza principal, rodeadas de gente.
Pero a las nueve de una mañana heladora, nadie camina por las calles de
Cetinje. Nadie excepto el personaje avispado que abre la bolsa del manillar de
una bicicleta cargada de bultos, seguramente con la esperanza de encontrar un
buen botín. Tiene apenas unos segundos para efectuar la maniobra antes de que
alguien le vea, pero la faena tiene buena pinta: agarra un par de fundas de
gafas y debajo de ellas encuentra una petaca con rakja. Piensa que hoy es su día de suerte, va a sacar un buen
dinero vendiendo las gafas y lo celebrará con un trago. Lo que aún no sabe el
pobre ladrón es que una de las fundas está vacía porque Gabi prefiere meterse
las gafas en el bolsillo como paso previo a perderlas o espachurrarlas; tampoco
se imagina que dentro de la otra funda guardamos parches y pegamento para los
pinchazos; y tampoco tiene por qué imaginarse que la petaca es un regalo del
que ya hemos dado buena cuenta. Cuando volvemos de la visita al monasterio
ortodoxo y evaluamos las pérdidas, solo lamentamos la pérdida del regalo (aún
tardaremos dos semanas en percatarnos de que nos faltan las fundas). Dicen los
bereberes que si alguien toma lo que no es suyo no hay que achacar la culpa al
ladrón, sino al antiguo propietario, por no haber sido más responsable con sus
posesiones.
Disfrutando el paisaje invernal. |
Ha empezado a llover, y no va a parar
durante la siguiente quincena. Marko nos cobija en Podgorica, con lo que nos
ahorramos un par de días de fuerte lluvia, pero nadie nos salvará de las
tormentas de granizo que nos acompañan mientras recorremos las colinas que
bordean la orilla sur del lago Skadarsko. Una día tenemos la suerte de
encontrar un pequeño refugio de pastores, dentro del cual tenemos que jugar al
tetris para encajar en el interior todas las alforjas, las bicicletas, la
tienda (que de hecho es más grande que el refugio) y aun dejar un espacio para
cocinar y poder movernos.
Esas nubes se deshicieron sobre nuestras cabezas. |
El camino es más duro de lo que habíamos
pensado, pero Erin nos espera en Vau Dejes (cerca de Shkoder, Albania) en dos
días, así que salimos del refugio mentalizados para hacer más de 90 kilómetros
bajo la tormenta.
Por la orilla sur del lago Skadarsko. |
Cruzamos la frontera entre Montenegro y
Albania y al mismo tiempo cambiamos de continente, de siglo, de cultura y de
mentalidad. Aunque hoy es domingo, todo está abierto: un albanés no puede
permitirse el lujo de cerrar su pequeño negocio un día a la semana. No tenemos
moneda local y no encontramos un cajero en todo el día. Descubrimos que en
Albania no existen supermercados, y que quien tiene una idea, tiene un negocio.
Este país es un ejemplo de que ilegalidad no significa delincuencia, e incluso
puede prevenirla. Mucho nos tememos que cuando Albania finalmente se adhiera a
la Unión Europea, toda esa retahíla de leyes que quizá tenga sentido en la
Europa más protestante y racional, obliguen a cerrar los negocios locales. Que
donde hoy hay un negocio alegal, mañana alguien esté pidiendo dinero; que donde
hoy haya pobreza, mañana haya miseria.
Así ondulan los últimos montes de Crna Gora. |
Adelantamos a varios
burros del mismo modo que numerosos Mercedes nos adelantan a nosotros: el
respeto es mutuo, la carretera es de todos, los conductores están más que
acostumbrados a encontrarse cualquier cosa compartiendo la vía con ellos. De
repente, sentimos millones de ojos sobre nosotros, y miles de gargantas nos
animan, nos preguntan de dónde venimos, a dónde vamos, quiénes somos y qué
estamos haciendo, en inglés, albanés, italiano, griego y hasta en chino
mandarín si es necesario. Tenemos la sensación de que las casas están vacías y
que, a pesar del mal tiempo, todo el mundo está en la calle. Los niños que
pasean por el arcén nos chocan la mano, se ríen, nos acompañan con sus
bicicletas. El hombre que comparte la parte trasera de una furgoneta con una
vaca nos saluda mientras se agarra al rabo del animal para no caerse en la
curva. Las mujeres de la moto-taxi nos pitan y continúan gritándonos palabras
inteligibles mientras se alejan. El caballero que está bajando la cuesta con el
motor del Mercedes apagado para ahorrar gasolina tiene tiempo de saludarnos y
desearnos un bonito día. Es tan divertido como agobiante.
Aquí saludan todos. |
Llegamos a Vau Dejes poco antes del
anochecer, con relámpagos definiendo el horizonte sobre la presa que
construyeron los chinos durante el tiempo en que Albania se definió como
maoísta. Erin nos ha dicho que reconoceríamos su casa por ser la única con una
bandera americana, pero recorremos todas las (cuatro) calles del pueblo sin
encontrarla. Paramos en una gasolinera, en la que también ondea una bandera
yanqui, y un hombre nos grita desde la ventanilla de su Mercedes si necesitamos
ayuda. Quiere invitarnos a un café pero tenemos que declinar la invitación
porque está oscureciendo y si no encontramos la casa, podemos tener un
problema. Nos cuenta que acaba de volver de Inglaterra después de cinco años
viviendo en Londres y se ofrece para llamar por teléfono a Erin, ahorrándonos
un dineral. Como viajamos sin conexión a internet ha sido imposible recibir el
mensaje de Erin en el que nos advierte de que no llegará a Vau Dejes hasta la
tarde del día siguiente. El hombre del Mercedes nos dice que conoce un hotel
barato e intenta hacer una especie de trato con nosotros. Intentamos explicarle
que viajamos con un presupuesto mínimo y que evitamos pagar por un alojamiento
a menos que sea estrictamente necesario. Nos obliga a ensañarle los billetes
que llevemos encima y se compromete a pagar él mismo lo que nos falte. Medio
convencidos, más por la oscuridad que por la oferta, nos dice que le sigamos
pero nos equivocamos de Mercedes y acabamos en un aparcamiento con otra serie
de albaneses entusiasmados con la idea de ayudarnos. Salimos como podemos de
allí, los rayos estallan sobre nuestras cabezas y no tenemos otra opción que
acampar debajo del puente que está a la salida del pueblo, a dos metros del
cadáver de un perro y bajo una furiosa tormenta de granizo. Después de escuchar
las noticias de las terribles inundaciones que están asolando el sur de
Albania, esta será la última vez que acampemos junto a un río.
Por aquí hay más gallos que albaneses. |
Al día siguiente todavía tenemos que
hacer tiempo hasta que llegue Erin, así que decidimos continuar mojándonos e ir
a visitar la ciudad de Shkoder, un trayecto que se resume en carreteras
semihundidas por un corrimiento de tierras, dos horas en un bar esperando a que
pase lo peor, llegar a la ciudad, comer un burek de queso y volver a Vau Dejes
absolutamente empapados. Tardamos un par de horas en volver a recorrer el
pueblo, dejamos atrás la gasolinera, donde las gallinas están picoteando las
ruedas de una limusina. Regresamos a la calle principal y una cabra se está
comiendo el seto de la peluquería. Desde un coche nos gritan si necesitamos
algo, les contamos que estamos buscando a una americana, y nos llevan hasta su
casa. Esta vez sí, Erin abre la puerta a la pareja de cicloturistas más sucios
y mojados que alojará jamás. De nuevo nos quitamos otros tantos días
de lluvia, que aprovechamos para replantear la ruta, evitando en la medida de
lo posible tanto las inundaciones como el frío extremo y las llanuras de rivera
superpobladas. Un estudiante de la ciudad de Elbasan, al sur de Tirana, nos ha
invitado a pasar una noche con su familia, así que decidimos tomar el camino
más directo y menos peligroso. El primer día es imposible encontrar un terreno
libre, llano y sin mil ojos alrededor, así que elegimos el lugar menos malo
para tratar de acampar. Mientras nos comemos una mandarina aparece el dueño del
terreno en el que pretendíamos pasar la noche y nos dice, con su mejor
italiano, que vendrá dentro de un par de horas para abrirnos la puerta de su
almacén. Podemos dormir dentro y tener las bicis a resguardo, y a la mañana
siguiente vendrá a liberarnos del encierro. Aunque agradecidos, la idea de
pasar la noche encerrados no me entusiasma demasiado. Cae la noche y el hombre
se retrasa, pero desde hace media hora tenemos un par de niños junto a
nosotros, preocupados por dónde vamos a pasar la noche. No nos entienden cuando
tratamos de explicarles que el dueño va a abrirnos el almacén, y acaban yendo a
sus casas para preguntar a la familia si acogerían a dos extranjeros
necesitados de cobijo. A los pocos minutos, Alger nos guía en la oscuridad
hacia su casa, protegiéndonos de los perros callejeros armado con piedras y
palo. Las calles y carreteras de Albania están plagadas de vida, tanto humana
como animal, pero los innumerables perros callejeros nunca han supuesto un
problema para nosotros. Más peligrosos son los perros guardianes, igual de
ruidosos que los perros pastores, pero cuando guardan una casa el dueño no suele
estar en las inmediaciones para frenarlo. De cualquier modo, los perros conocen
el significado del gesto de coger una piedra del suelo o alzar un palo, y no es
necesario llegar hasta el final con ellos.
Alger, en el medio. |
Así acabamos en una de las casas más
pobres de Albania. Han llamado a la familia para que venga a conocernos y de
repente nos encontramos sentados en torno al fuego rodeados por veinte
personas. La mayoría no habla inglés, aunque los niños lo aprenden en la
escuela, según nos cuenta Leda. Ella es una moderna mujer albanesa atrapada en
un entorno demasiado tradicional. Tiene ya 19 años pero aún no está casada ni
tiene intención de hacerlo pronto. Su sueño es estudiar lenguas extranjeras, ir
a la universidad, viajar y construir su propio futuro. Sin embargo, su familia
es muy pobre, no puede pagarse los estudios y de momento trabaja en una fábrica
de zapatos, esperando, ansiando, una oportunidad que le cambie la vida.
- -
Cuando
vuelvas a España, ¿vas a olvidarnos?
Mi querida Leda, no podría. Ni a ti ni a
los tuyos, aunque mejor debería decir a las tuyas. En la sociedad tradicional
albanesa el hombre y la mujer habitan en diferentes esferas y espacios. Ellas
comen en otra habitación y a otra hora que los hombres de la casa. Marjeta, por
ejemplo, se ocupa de todas las tareas domésticas desde que tiene trece años,
mientras sus padres están fuera. Ellas nos tratan como a un miembro más de la
familia. Tengo el honor de cenar con los hombres de la casa, pero solo Gabi
puede degustar el rakj casero. Cuando
Leda se marcha solo nos queda la opción de comunicarnos en shqip, es decir, en albanés, pero superamos la barrera idiomática
gracias a un diccionario de imágenes que compramos en España y que ya
pensábamos que no íbamos a usar nunca. Al día siguiente usaremos la misma
herramienta para una improvisada clase de inglés con los chicos de la casa. La
hermana mayor nos cuenta que son demasiado pobres como para ir a la escuela.
El placer de acampar en un barrizal. |
Continuamos por las tierras llanas del
norte de Albania, donde parece imposible encontrar un lugar para acampar. Las
lluvias persistentes han dejado la tierra anegada y acabamos arrastrando las
bicis por un barrizal. Esfuerzo inútil. Esta vez ni siquiera nos da tiempo de
terminar la mandarina cuando una mujer de mediana edad ya está bajando por la
colina, con barro hasta las rodillas. Gracias al lenguaje corporal y al albanés
nivel superviviente que hemos adquirido en las últimas horas conseguimos
entenderle que le duele el corazón de pensar que vamos a dormir en aquel lugar,
con el río amenazando con desbordarse. Cabe aclarar que hay regiones del mundo,
no tienen por qué ser remotas, que el lenguaje de signos aparentemente
universal no funciona. En estas tierras tienen la costumbre de mover la cabeza
de lado a lado para afirmar, y subir y bajar el mentón para negar, lo que
muchas veces dificulta la comunicación. Detrás de la mujer aparece, como salido
de la nada, otro hombre. Al principio pensamos que es su marido, pero resulta
ser simplemente alguien que pasaba por allí, y que la mujer ha convencido para
que nos dé cobijo. Así conocemos a Mark y Drane, nuestra familia albanesa del
día. De nuevo la comunicación es un reto, pero esta gente pone las cosas muy
fáciles. Disfrutan ayudando, ofreciéndonos sus mermeladas caseras, queso de sus
propias cabras y huevos de sus gallinas, recién cogidos. Mark nos cuenta que de
sus cinco hijos, solo una vive en Albania. Los que tienen suerte consiguen
encontrar una oportunidad en Italia o en Inglaterra, aunque en muchos casos eso
signifique no volver a Albania y perder el contacto físico con sus familias
durante años. A pesar de esta situación, el carácter de los albaneses es
alegre, abierto y generoso como en la Europa “más desarrollada” no podemos llegar
a imaginar.
Oscuros nubarrones se ciernen sobre la autopista... por donde deambulamos ciclistas y peatones. |
La capital de Albania no es una capital
europea más. Entramos por una calle supuestamente de cinco carriles que en
realidad son siete, flanqueados por Mercedes y burros. Las pequeñas tiendas y
negocios de todo tipo se apiñan en bazares infinitos, hay gente y perros a
partes iguales por todas las calles, y todo parece funcionar perfectamente en
un sistema en el que no hay más ley que el respeto. Con todo, no estamos demasiado
interesados en la vida urbana y cruzamos la ciudad lo más rápido que podemos.
Dormir sobre ríos de fango. |
No pretendemos ser desagradecidos, pero
a veces tampoco sienta mal un poco de privacidad, aunque las nubes sean tan
pesadas que casi rozan la carretera. En nuestro camino encontramos un tramo de
autopista en obras, con tierra bien pisada, que imaginamos perfecta para poner
nuestra tienda de campaña. Elegimos el lugar más llano y escondido posible, y
según terminamos de poner la última piqueta, las nubes se liberan de su carga.
Gabi trata, en vano, de desviar los cursos de agua alrededor de la tienda para
evitar la inundación, pero en cuestión de minutos nos vemos envueltos en puro
fango. Dos perros callejeros pasean junto a la tienda en mitad del temporal y
un coche no deja de recorrer la vía en obras durante la noche. Esta vez sí
conseguimos acampar, aunque en el fondo no nos hubiera importado haber sido
adoptados otra vez por una familia albanesa.
La nieblra que precede el ataque zombie. |
Desoímos los consejos de la gente que,
bienintencionadamente, nos aconsejan coger el túnel de la autopista que une
Tirana con Elbasan, y que discurre por el interior de la montaña durante
kilómetros. ¿Quién querría tomar un atajo pudiendo disfrutar de la enésima
tormenta de granizo y del placer de bajar un puerto de montaña con una niebla
que parece algodón de azúcar? Como en una película de zombies, las sombras de distintos
elementos aparecen y desaparecen entorno a nosotros en un radio de cuatro
metros: un rebaño de cabras, manadas de caminantes que no sabemos a dónde van
ni de dónde vienen, más perros callejeros y aullidos de lobo como telón de
fondo. Bajamos al valle sanos y salvos,
saltando de bache en bache hasta el centro de Elbasan. Esta Albania nos sabe
distinta. A medida que pedaleamos hacia el sur la frecuencia de saludos se
reduce, la sensación de pobreza se atenúa y los coches conducen más rápido
(probablemente porque la carretera lo permite). Habíamos escuchado que si
Tirana estuviera situada apenas unos kilómetros más hacia el norte,
probablemente el país ya se habría dividido en dos debido a las diferencias
entre las dos regiones. Por suerte, los pastores son igual de bondadosos en
todos los rincones albaneses.
Con Indrit, en Elbasan. Nótese la mugre que empieza a hacer costra en el equipaje. |
En Elbasan tenemos que tomar una
decisión importante, es la primera vez que estamos expuestos a un peligro real.
Las predicciones anuncian una mejoría en el tiempo, pero las lluvias y el
deshielo han inundado la región por la que teníamos previsto pasar. Las
noticias ya hablan de personas fallecidas y algunas carreteras están cortadas.
En Albania no hay muchas carreteras, y entre las que hay, el porcentaje de vías
pavimentadas no es demasiado alto, por lo que tampoco tenemos muchas opciones.
Estamos en febrero, en pleno invierno, y las temperaturas en el interior se
desploman con el cese de la lluvia, de modo que no podemos arriesgarnos a tomar
una secundaria sin saber si estará practicable. Nos decantamos por la montaña,
aunque eso signifique volver a dormir durante una semana bajo cero, siguiendo
una carretera nacional hasta el lago Ohrid, y desde ahí, hasta la frontera con
Grecia en paralelo a los montes Gramos.
Nos esperan días heladores. |
Cumplimos los nueve meses de viaje y
para celebrarlo todo empieza a colapsar. Las patas de cabra ya no nos soportan,
así que sujetamos las bicis con palos de bambú. Un día uno de los palos resbala
y con el golpe se parte un cuerno de la bici, que reparamos como solución “momentánea”
con cinta aislante. El pegamento que compramos en Croacia para sellar las
costuras se cuartea y volvemos a tener goteras. Nos estamos quedando sin
pastillas de frenos y por aquí es imposible encontrar recambios. La varilla de
la tienda que en su día arreglamos lijando termina de partirse, y hacemos una
reparación de urgencia con un tubo de aluminio y más cinta aislante. Se rompe
uno de los portabidones, nada que un poco más de cinta no pueda solucionar.
Otro día lo comenzamos con un eslabón de la cadena graciosamente encajado en el
desviador trasero, Gabi intenta enderezarlo con unos alicates, pero esta vez la
chapuza no funciona. Por suerte llevamos otro juego de cadenas para rotarlas
cada mil kilómetros y alargar la vida útil tanto de la cadena como del juego de
platos y cambios. Las noches son increíblemente frías y la escarcha nos congela
nuestros sacos primaverales. Existe un truco bien conocido en el mundo de la
acampada invernal que consiste en calentar agua, meterla en un bidón o botella
metálico envuelto en un calcetín y ponerlo a los pies de los sacos. Nos
encantaría ponerlo en práctica, pero los bidones que no pierden agua por algún
lado están rajados por otro. ¿Contemplar el cielo estrellado más bello de
Europa puede compensar de alguna manera?
Al menos hace sol. |
Empezamos a ver nieve y hielo a ambos
lados de la carretera, aumentando el grosor de la capa a medida que ascendemos.
La meseta albanesa, que ronda los mil metros de altitud, deja algunos momentos
de tregua que aprovechamos para acampar. Tomamos un camino de cabras y
decidimos ubicar nuestro palacio junto a un lago, con vistas a las montañas
nevadas. Todos los pastores de la zona se acercan a preguntar qué demonios
hacemos allí con el frío que hace, y uno de ellos se queda especialmente
preocupado. Creemos entenderle que hay un lugar mejor para poner la tienda un
poco más abajo, que el viento de montaña sopla muy fuerte por la noche, pero
decidimos quedarnos donde estamos después de ver que el suelo estaba bastante
encharcado. Menos mal que hicimos las fotos al atardecer, porque no llegamos a
ver salir el sol en el mismo lugar. Cuando llevábamos una hora durmiendo nos
despierta un hombre gritando:
-¡Mister! ¡Monsieur! ¡Mister!
Resulta que el pastor ha ido a buscar a
su primo, que ha pasado toda su vida en Bélgica y habla idiomas, para que haga
de intérprete. Por él sabemos que es peligroso acampar en esas laderas porque
es territorio de lobos, que justo ayer atacaron a una de las ovejas del pastor.
Nos explica en perfecto francés que lo que su primo en realidad quería decirnos
era que fuéramos a dormir a su casa, pero no lo habíamos entendido, así que
ahora renueva el ofrecimiento. Casi sin dudar recogemos la tienda y todos los
bártulos lo más rápido posible en medio de la noche y regresamos por el mismo
camino de cabras que habíamos tomado apenas unas horas antes. Drilon nos ayuda
a comprender (y amar) un poco más Albania, y su tía se ocupa de que nunca más
vuelva a tener los pies fríos regalándome cinco pares de calcetines tejidos a
mano.
Encantados con la familia de Drilon. |
Dejamos atrás la ciudad de Korcë,
capital de la región, para adentrarnos en una zona casi deshabitada de Albania.
En cien kilómetros atravesamos cinco pueblos, y solo en el último podemos
gastar los últimos leks que nos quedan. Abandonamos la meseta y volvemos a las
montañas más altas, un poco más relajados en la cara sur donde apenas hay hielo
en las horas centrales del día. Las guías turísticas remarcan el hecho de que
Albania esté plagado de búnkeres, pero lo que más nos impacta a nosotros es la
existencia de cientos de miles de “centros de lavado” para coches, que
consisten en una superficie de cemento y una simple manguera conectada a un
grifo. A los albaneses les encantan los Mercedes, pero si solo si están
limpios, y con estas carreteras mantenerlos en buen estado es un trabajo a
jornada completa. El problema con los centros de lavado es que para evitar que
el caño se congele dejan correr el agua durante todo el día, con la boca de la
manguera apuntando hacia la carretera. Hasta que una cicloturista torpe toma la
decisión equivocada y sigue la rodada de la carretera, sin percatarse de la
gruesa capa de hielo. La caída es brutal y me deja en el suelo aturdida durante
unos instantes. Por suerte ha sido subiendo el puerto y no descendiendo, pero
cuando vamos a la cafetería del local que dejó la manguera abierta y me quito
el guante, la mano derecha ha doblado su tamaño y está completamente morada.
Nos tememos lo peor, apenas puedo moverla y el dolor es tan intenso que me
salta las lágrimas. Pensamos que hay algo roto, pero no podemos hacer nada. Por
esta carretera no pasan taxis ni autobuses, solo nos hemos cruzado con un par
de coches en todo el día, así que no podemos hacer autoestop como otras veces. Aunque
llamemos al seguro no tenemos manera de ir al médico. Por un momento barajamos
la posibilidad de que Gabi haga el trayecto llevando ambas bicicletas mientras
yo camino, pero aún nos separan cien kilómetros de nuestro destino, cruce de
fronteras incluido.
Nieve y más nieve en la carretera. |
Descansamos una hora y la inflamación se
reduce bastante, aunque el dolor persiste, pero a veces no existe una solución
fácil y la única salida posible es apretar los dientes y continuar. Y justo eso
es lo que hacemos. Conduzco la bici como buenamente puedo y cuando hay que
arrastrarla por el fango o en las bajadas más empinadas, Gabi hace el trabajo
sucio. En el último pueblo antes de cambiar de país preguntamos por el camino a
Grecia y una mujer nos indica que tomemos la antigua carretera principal, que
son 8 kilómetros ladera abajo en lugar de 16. Le preguntamos varias veces si
está bien la carretera y nos contesta que sí, que es una hora hasta cruzar la
frontera. Tomamos el camino empedrado hasta la salida del pueblo donde… todavía
hay más piedras. Únicamente vemos pasar recuas de burros y jeeps con tracción a
las cuatro ruedas y hasta que no empieza a anochecer no nos damos cuenta de lo
que había detrás de las palabras de la mujer que nos dijo “la carretera es
buena, son ocho kilómetros… una hora”. Quizá en burro. Solo en cruzar un charco
de puro fango empleamos tres cuartos de hora y al final tenemos que acampar
justo al borde de la supuesta carretera. Nos llevará media mañana arrastrar las
bicis hasta alcanzar el puesto fronterizo.
La "carretera" en cuestión. |
Por suerte, en la frontera puedo
descansar casi otra hora más: hay un problema con los DNI. En nuestro querido
documento de identidad español figuran dos números distintos, uno corresponde
al número de identidad, y el otro es el número de soporte físico de la tarjeta,
que es precisamente el que cada uno de los cinco policías que pasan por el
puesto intenta ingresar en sus archivos, hasta que nos preguntan directamente.
Solucionado el problema técnico, cruzamos el puente que nos separa de Grecia.
Ya queda menos para poder descansar la maltrecha mano y aparcar la bici durante
una buena temporada. Existe un dicho en albanés: avash-avash, que ilustra bien la actitud
que los albaneses mantienen frente a la vida. Significa literalmente “despacio,
despacio”, con un sentido similar al más famoso dicho suajili hakuna matata. Tómate las cosas con
calma, y poquito a poco llegarás a tu destino. Es el mejor estado de ánimo para
disfrutar al máximo de un viaje por Albania.
Avash Avash |
Acojonante relato,
ResponderEliminarEspero te recuperes pronto.
Ahora a descansar y cojer fuerzas fisicas y mentales.
Nadie dijo que seria facil, pero sois valeientes
Saludos
Alberto
buenisimo!Ánimo con el frío que dentro de nada llega la primavera!!abrazos desde Zambia!
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