sábado, 19 de julio de 2014

EL QUESO GRUYERE NO TIENE AGUJEROS



    Hace una semana bromeábamos con la picadura de abeja. Lo que aún no sabíamos (pero no tardamos en descubrir) es que soy alérgica a la toxina que inyectan con su aguijón, y Suiza no es un mal lugar para asumir la noticia. Por suerte, estamos en buenas manos. Geraldine me lleva al hospital cuando la mano empieza a hincharse más de lo normal y algo empieza a ir mal en la garganta. Cuando el médico me pregunta si me ha cambiado la voz después del picotazo, no imaginaba que una respuesta afirmativa iba a significar una noche en la Unidad de Vigilancia Intensiva. El enfermero, gaditano, me explica que lo normal es que la primera picadura de abeja sea molesta pero no peligrosa, pero esta era ya la segunda, y la anafilaxis se presenta de manera bifásica; es decir, que podía haber una crisis alérgica una vez que empezara a sentirme mejor, así que sería mejor que pasara la noche en el hospital, enchufada a varias máquinas para controlar el oxígeno, ritmo cardiaco, la tensión y la temperatura. Alrededor de medianoche me pregunta si he cenado, y el gaditano vuelve al rato con una cena pantagruélica que levanta envidias en la sala. 

  
Por la noche no hubo ningún problema, sólo un poco de fiebre, y después de haber dormido más bien poco, me dan el alta. El verdadero susto llega cuando pasamos por recepción para entregar el volante del alta y nos dicen que pasemos por la sala de facturación. Algo va mal con el seguro y nos dicen que tenemos que pagar 5.000 francos suizos (algo más de 4.000 euros). Pasaremos el resto del día colgados del teléfono hasta que Mapfre nos asegura que se hará cargo de todo, incluida la inyección de adrenalina que Tarantino popularizó clavándosela a Uma Thurman en el corazón (en realidad va directa al muslo, pero la escena quedó resultona). 

Con Geraldine, Olivier, Esteban y Amalia.
    Descansamos dos días más con la familia Creuzat, contemplando el diluvio universal desde los ventanales. Aquí nos contagiamos del entusiasmo por el viaje inminente de esta familia, que va a recorrer la panamericana con dos niños pequeños durante un año. Con ellos aprendemos mucho sobre Suiza, sobre un milagro económico fundado en dinero de extraña procedencia, largas jornadas laborales y una moral protestante. Aquí recibiremos una lección que cambiará nuestra perspectiva vital: ¡el queso gruyere no tiene agujeros! En España se ha popularizado una variedad de gruyere made in France, que además está mezclada con Emmental. Pero después de varios litigios, Suiza ha conseguido que Francia no pueda usar la denominación de origen, aunque en el imaginario siempre nos quedarán los dichosos agujeros. Olivier no nos deja marcharnos de su casa sin haber probado una auténtica fondue suiza, con quesos gruyere y vacherin, vino blanco y ajo. 

Una fondue es más lujuria que gula...
    Por delante nos  quedan cuatro días hasta la siguiente casa que van a ser realmente duros, no tanto por las cuestas suizas como por la lluvia torrencial que sufrimos y que tanto afecta al estado de ánimo. En algunos pueblos nos dicen que en un día ha llovido lo que suele llover en todo un mes. Según la página del tiempo, caen entre 30 y 50 litros diarios por metro cuadrado. La temperatura también ha caído en picado: entramos en Suiza a 30ºC y por la mañana estamos a 8ºC. El primer día de lluvia tenemos suerte y conseguimos acampar a cubierto, en un lugar reservado para guardar madera, rezando por que no nos despierten los obreros pronto al día siguiente. Las nubes son tan bajas que no nos permiten ver los picos más espectaculares de los Alpes, y nos tenemos que conformar con las faldas. 

Fribugo.

   

 Mucha gente nos pregunta “¿qué hacéis cuando llueve?” La respuesta más obvia: mojarnos. Puedes tener un buen cubre pantalón para la lluvia y un chubasquero de gore-tex, pero no dejan de ser plásticos con una transpirabilidad limitada. Cuando pasas diez horas seguidas en la calle, bajo la lluvia, te mojas en mayor o menor medida, pero si además estás haciendo algún tipo de ejercicio, el sudor también te empapa por dentro. Al final también acaba entrando agua en las alforjas, porque es inevitable abrirlas cuando estás al descubierto, y la ropa mojada no se seca dentro de las alforjas sino que humedece todo lo que toque. La peor parte, seguramente, sea la tienda de campaña. Nosotros siempre procuramos hacer acampada libre (sólo hemos pagado por dos campings en todo el viaje), de modo que no sabes qué tipo de suelo o condiciones te vas a encontrar en el camino. Si hay suerte, dormiremos en un lecho de árboles frondosos como encina o roble, que son los más mullidos, pero que también retienen muchísima agua. Estos días de lluvia este será el tipo de bosque que encontremos. 



   También es importante montar la tienda y el tarp (toldo) lo más rápidamente posible para que no se mojen por dentro. Pero un día lo hacemos tan deprisa y mal que una de las varillas de la tienda se raja, y un trámite de cinco minutos se convierte en un suplicio de tres cuartos de hora, hasta que conseguimos desenganchar el metal partido de las costuras de la tienda, hacerle un remiendo con cinta adhesiva y montar la tienda. Para cuando acabamos, tenemos una charca dentro de casa. Diría que no pudimos dormir pensando en que se iba a romper de un momento a otro, pero estamos tan cansados que caemos rendidos en la marisma en que se ha convertido el fondo de la tienda. 



   El recuento de bajas de estos lluviosos días es catastrófico: se ha rajado la pantalla del cuentakilómetros, el e-book ha dejado de funcionar, una varilla de la tienda inservible y, por si fuera poco, esa misma mañana Gabi apuñala una de las alforjas con un cuchillo. A veces, el punto más difícil de la etapa consiste en salir del saco de dormir. Por delante nos queda mucha lluvia y un paso llamado Brünigpass, en el que se cubren 500 metros de desnivel en apenas 5 kilómetros; o lo que es lo mismo, 5 km con una pendiente media del 10%. Pero estamos en Suiza, y los habitantes de este país nos hacen la vida un poco más amable: un ciclista me empuja en un par de tramos duros, mientras me anima a continuar un poco más antes de rendirme. Nos cruzamos con un par de ciclistas bien cargados que se paran a hablar con nosotros. Después de intentar cruzar cuatro palabras en alemán nos damos cuenta de que hablamos igual de mal inglés, señal inequívoca de que somos franceses o españoles. Resulta ser un matrimonio catalán de edad avanzada que viene haciendo la misma ruta ciclista que nosotros. Suiza es un paraíso para los ciclistas, existen varias rutas nacionales y muchas rutas regionales para descubrir el país, que transitan por vías con poco tráfico o senderos de montaña. Nosotros seguimos la ruta 9, el camino de los lagos, y es un trayecto que recomendamos con entusiasmo, a pesar de las montañas o precisamente por ellas. 

    El cuarto día podemos ver pequeños claros en el cielo, aún estamos a 80 kilómetros de Luzerna, pero el camino hasta la casa de René y Monique es fácil y muy bonito. Gracias a una varilla de repuesto que tienen en su tienda hacemos un pequeño apaño en la nuestra, escribimos a Vaude para contarles la situación y buscamos otras soluciones. Vaude no tarda en responder, por 9 euros nos envían una varilla nueva a cualquier punto de Alemania. Sin embargo, Monique nos ha encontrado una ganga en internet: un hombre en la frontera de Suiza con Alemania vende una MSR Furius por 250 euros. Ahora toca decidir qué hacer. Nos gusta nuestra tienda, una Vaude Taurus 2p, pero es verdad que la zona de los pies no queda bien tensa, no es completamente autoportante, es tres estaciones y no se puede quitar el techo para dormir sólo con la tela interior en verano. La Furius es cuatro estaciones y no tiene las limitaciones que tiene la nuestra, que en su día la compramos muy barata también de segunda mano, aunque con bastante trote. Tenemos varios días para pensar qué hacer, ir a ver la tienda a orillas del lago Constanza y decidir. De momento, procuramos contactar con más warmshowers que de costumbre para no tentar demasiado a la suerte con la varilla, de modo que en Zug pasamos una divertida velada con Ralf y Franzi. Así, solo dormimos un día al aire libre en casi una semana, en un merendero alejado de la carretera con baños, cocina y papelera. Al día siguiente también esperábamos dormir bajo las estrellas, pero un ciclista nos paró en el camino, empezó a hablar con nosotros en castellano y nos invitó a dormir en su casa. Pero cometimos el error de no apuntar las indicaciones, y tras dos horas subiendo y bajando las colinas aledañas, y ya anocheciendo, nos dimos por vencidos. Era demasiado tarde como para buscar un lugar en un bosque, y tocamos en una casa para pedir permiso para acampar en el jardín. Para nosotros, los campings suizos son lujos inaccesibles, no podemos (ni queremos) pagar 30 o 40 euros por persona por poner la tienda en un lugar que no tiene nada de especial. El hombre que nos abre la puerta resulta ser un anfitrión con mayúsculas. Nos dice que podemos dormir en su jardín, pero que mejor pasemos la noche dentro de su casa y nos ofrece una cena y un desayuno bien ricos. Por la mañana, nos prepara un pic-nic para el día, con un par de cocacolas, un montón de barritas energéticas y manzanas de su jardín. Cuando nos estábamos despidiendo nos pregunta si tenemos una navaja suiza y nos regala una con su nombre. Nos acordaremos mucho de Albert.

Albert.

Baño en el Walensee.
    Los últimos días que pasamos en Suiza el tiempo nos da un respiro, aunque el calor nos deshidrata y el sol nos quema la piel. Al fin podemos admirar las montañas que vigilan la ruta de los lagos, e incluso darnos un baño en uno de ellos. Casi sin darnos cuenta cruzamos Liechenstein, un curioso y pequeño país donde la monarquía no es incompatible con la democracia real. De este modo, en 24 horas hemos dejado atrás dos países y ahora descansamos en Austria, en el dulce hogar que Christoph y Elisabeth han construido con sus propias manos. En este preciso instante, tenemos un mapa de Europa desplegado en la mesa y pensamos por dónde continuar nuestra ruta hacia el fin del mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario