Llevamos un par de días en Austria y después de pensar en
recorrerla entera, acabamos por cambiar de opinión. Nos atraen sus montañas,
sus pueblos y su historia, pero no nos sentimos cómodos con su gente. Ha pasado
muy poco tiempo como para generalizar, pero las caras que observamos en las
plazas, las calles y las carreteras son de gente triste, y raro es el que
saluda. En un momento dado cruzamos el Rin buscando un supermercado abierto un
domingo en Suiza y ya no volveremos a entrar en Austria, encandilados otra vez
con la insospechada simpatía suiza.
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Lago Constanza. |
Nos dirigimos a Altenrhein para, al menos, echar un vistazo
a la tienda de campaña que nos encontró Monique por internet. De camino,
paramos en la estación de tren de Rheineck, ya muy cerca de nuestro destino, para
visitar el cuarto de baño. Christobal, un maestro escultor, también ha acudido
hoy a la estación para despedir a su hija. Cuando vuelve a su coche, se
sorprende al ver una pareja de ciclistas cargados de bultos con un enorme
cartel de cartón en el que pone que están dando la vuelta al mundo en bicicleta
y que empezaron en España. Christobal está feliz, aprovecha la ocasión para
practicar su buen español, pero quiere saber aún más de estos viajeros. Además,
ha visto en la predicción meteorológica que esta noche hay una alta
probabilidad de granizo, y justo hoy el lugar que alquila a un madrileño en su
casa se queda libre. No deja pasar la oportunidad, su mujer, Barbara, da su
consentimiento telefónico para alojar a estos dos cicloviajeros que esta noche
no dormirán bajo la tormenta.
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Con Christobal en su casa-taller. |
Felices por la invitación de Christobal, vamos a ver la
tienda. La queremos comparar con la nuestra, y justo en el momento en que la estamos
montando, otra varilla de nuestra querida Vaude nos facilita la elección
rajándose por el mismo lugar que su vecina. El “soborno” con helados y cerveza
fresquita no es necesario para cerrar la venta, pero se agradece profundamente.
Y así, deshacemos kilómetros para buscar
la casa de Christobal, que nos ha dejado un mapa dibujado y su número de
teléfono por si acaso. Lo que nos ha dado miedo es que ha pronunciado la frase
prohibida: “no tiene pérdida”, es una casa a exactamente 1,7 km de la estación,
inconfundible por sus esculturas en piedra. Empezamos a subir la colina,
confiados en que no nos volverá a pasar otra vez lo mismo (y en todo caso,
tenemos dos tiendas para pasar la noche). El problema es cuando después de 6 km
empezamos a descender la colina… y nos tememos lo peor. Damos la vuelta y
buscamos la casa de manera desesperada, ya más por orgullo que por otra cosa, y
dos horas más tarde Barbara nos recibe con los brazos abiertos, ya preocupada
pensando que no íbamos a aparecer. Con GPS la vida sería más sencilla, pero nos
habríamos perdido las vistas del lago Constanza desde lo alto de la colina.
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Un poco del arte de Christobal. |
Esa noche redefinimos la ruta. Dejamos de lado Austria y decidimos recorrer la Bodensee-Königsee
Radweg (esta última palabra, como habréis adivinado por su parecido con el
español, significa vía ciclable; y Bodensee, como podréis saber también de manera
intuitiva, es el lago Constanza). Cuando el papa Juan Pablo II llegaba a un
país, nada más bajar del avión se agachaba para besar el suelo. En una
emulación patética, al poco de atravesar la frontera invisible entre Austria y
Alemania, yo hago lo mismo. Gabriel lo describiría en Facebook de la siguiente
manera: “un desvío equivocado, una bajada con lluvia, una rueda trasera que
derrapa, una Ainhoa descansando plácidamente en el suelo y un Gabriel desde lo
alto de la cuesta gritando que por ahí no es, en fin...”
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heridas de guerra. |
Con el brazo y la rodilla despellejados (pero el chubasquero
de goretex intacto, gracias al Señor), y con un dolor repartido a partes
desiguales por todo el costado izquierdo, tengo que recorrer toda Baviera. Por suerte
no hay nada roto, aunque el dolor de huesos es persistente y las quemaduras van
a tardar más de una semana en empezar a curar. A ello hay que sumar que el
cielo no nos da una tregua, y las duchas que se escurren entre los árboles
germanos son generosas en exceso. Ni los mejores medios del mundo habrían
evitado que todo acabara mojado y por tanto con ese agradable olorcillo a queso
que se adhiere al plástico húmedo. El día de la caída tenemos que parar pronto,
más obligados por la lluvia torrencial que por los dolores, lo que nos deja al
día siguiente un panorama de 65 km de Berg y Regen (montaña y lluvia en alemán)
para llegar a Wertach, nuestro siguiente destino. Hacemos lo que podemos, y
Gabriel tiene que subirme la bici por las cuestas más exigentes, aquellas que
mi hombro medio dislocado no puede afrontar. Cuando llegamos a casa de Martina
y Edi es como una bendición, podemos secar todo el material y Martina nos dice
que nos quedemos un día más para recuperar contusiones y heridas. Edi me da un
bálsamo mágico que fabrica su madre a partir del propóleo de sus abejas que me
deja sin excusas para los días siguientes.
Quizá demasiado optimistas, hemos preparado para los tres
días siguientes una ruta por los Alpes alemanes antes de tomar el camino hacia
el norte para llegar a Múnich, del que nos separan casi 200 km. Pero apenas una
hora de pedaleo es suficiente para tirar la toalla, no merece la pena seguir en
estas condiciones, así que optamos por la vía fácil y rápida y tomamos un tren
hasta Múnich. Pero llegar hasta la casa de Uta y Abel, donde nos espera una
semana de descanso, será en sí mismo otra aventura.
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Breaking the law, breaking the law... |
Martina nos había comentado que el tren no era caro, pero
que habría que pagar un pequeño sobrecargo. Sin embargo, en este mundo
globalizado y deshumanizado, donde los luditas empezaron una tarea que deberían
haber acabado, las máquinas han despojado de su puesto de trabajo a los seres
humanos. Es decir, que en el expendedor automático no aparece la opción “fahrrad”,
bicicleta. Así que sacamos los billetes sabiendo que nos van a poner problemas.
Aunque este no es el mayor que tendremos. Para hacer el transbordo en Kempten
sólo tenemos 5 minutos para cambiar de andén, y cada bici pesa más de 40 kilos.
Cuando llegamos a la estación comprobamos que solo hay escaleras (¿qué pasa con
los ciudadanos en silla de ruedas?), y teniendo en cuenta que yo no puedo
arrastrar mi bici por culpa del brazo descoyuntado, tomamos la resolución de atravesar
las vías por un paso bajo al final de la estación. Cuando estamos a punto de
subir a nuestro tren, un guarda de seguridad con ínfulas nos detiene con un
grito desproporcionado: “¿Sabéis lo que acabáis de hacer?”. Gabriel le responde
que sí, que atravesar las vías porque no hay más opciones para bicicletas. El guarda
responde impasible: “escaleras”. Y añade… “pasaportes”. No nos lo podemos
creer, quedan un par de minutos para que salga el tren y el soldadito ha
llamado a la policía. Viene un coche patrulla del que se baja un policía que no
entiende muy bien la desproporcionada llamada de socorro del guarda de
seguridad, hace como que nos toma los datos y nos ayuda a subir las bicis al
tren, que ya sale con retraso, con la delicadeza y agilidad de un paquidermo
cojo. Cuando ya pensamos que estamos a salvo, el revisor de billetes nos dice
que teníamos que haber pagado el sobrecargo por las fahrrad. El gran problema
se resuelve pagando con la tarjeta de crédito, pero aquí también hay una
irregularidad que para el ojo alemán no pasa inadvertida. Hemos cometido la
osadía de intentar pagar con una tarjeta que no está firmada. Y encima el boli
no pinta. Nos hace el favor de hacer la vista gorda ante tamaña falta y podemos
seguir nuestro camino sin más sobresaltos con la autoridad. En el andén nos
espera Uta, nuestra anfitriona los próximos días, que nos deleitará con unas
deliciosas vacaciones gastronómicas. Durante este tiempo las heridas se curan y
las tormentas se ven plácidamente desde la ventana. Visitamos la ciudad,
hacemos un poco el tonto en el museo del chocolate Milka y planeamos los
próximos días.
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Rincones de Múnich. |
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Nuevo hogar. |
De repente nos encontramos con que hay muy pocos
perfiles interesantes de warmshowers en el camino que tenemos pensado, lo que
nos aporta un extra de libertad y nos resta un poquito de comodidad. El tiempo
atmosférico no entiende de términos medios: o hace demasiado calor o las
lluvias son incesantes. Seguimos el río Isar hasta los pies del parque natural
del Bosque de Baviera, donde podemos comprobar que no por ser llano es más
cómodo o fácil. En Alemania también perfeccionaremos la técnica de acampar en
los peores lugares: justo al lado de un aeropuerto, junto a un lugar destinado
al aeromodelismo al que no cesa de llegar más gente, en la misma orilla del río
donde más humedad y mosquitos hay, o a un kilómetro de un pueblo en fiestas que
acoge un tributo a los Maiden. Una noche, de nuevo pecando de optimistas,
decidimos disfrutar de las vistas al bosque y no poner el techo. Está completamente
despejado. El cielo se ilumina de vez en cuando, pero pienso que son las luces
del concierto. Las luces son el preludio de una tormenta de rayos, truenos y
lluvia torrencial, una más de las que nos han regado en Bavaria. No me extraña
que los alemanes se vayan a Mallorca a pasar el verano.
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