Al fin hemos vuelto a las montañas, después de unos días que
se nos hacen eternos en Alemania siguiendo el río Isar (a mis enemigos no les
deseo ningún mal, pero ojalá algún día desperdicien sus vacaciones recorriendo
el Isarradweg). La República Checa tiene mucho que ofrecer, así que a lo largo
de las próximas semanas daremos unas cuantas vueltas tontas de estas que
caracterizan nuestra ruta para disfrutar de paisajes y pueblos con nombres de
tinte épico. Entramos a Chequia por el parque nacional de Šumava, en la región
de Bohemia. Dos bancos en medio del camino y un pequeño cartel delimitan una de
tantas fronteras invisibles que dividen Europa. En el portamapas de la bolsa del
manillar, cuatro palabras y frases básicas en checo.
Ascendemos unos pocos kilómetros más por esta montaña de
pies alemanes hasta que llegamos a Železná Ruda, primer pueblo checo que encontramos
tras la frontera, un destino turístico para alemanes y checos amantes de la
montaña tanto en verano como en invierno. Aquí compramos nuestro primer pan de
kilo y medio por un euro (25 coronas), que será nuestro alimento básico durante
las siguientes semanas, pero no nos detenemos demasiado en busca de algo más
auténtico que un puesto fronterizo donde abundan los prostíbulos, la venta de
alcohol y las tiendas de artesanía checa made in China.
Para aquellos de vosotros que estéis buscando un destino
para vuestras próximas vacaciones estivales, sobre todo si no os importa
mojaros y amáis la micología (las setas, para los de la LOGSE), Šumava puede
ser el paraíso. Existen docenas de vías ciclables a lo largo de bosques y lagos
para todos los niveles y sobre todos los terrenos posibles, el alojamiento
barato y la acampada libre, aunque prohibida, es factible. Otra opción es
dejarse caer por aquí y pasar un buen rato en las increíblemente bien equipadas
oficinas de turismo diseñando los mejores itinerarios en función de lo que se
quiera ver o, simplemente, dejarte perder por sus numerosos e imprevisibles caminos.
Nosotros disfrutamos de lo mejor y de lo peor de esta última opción, sumergiéndonos
literariamente en hayedos y literalmente
en bancales de barro, bañándonos y bebiendo de estos ríos de aguas rojas, las
venas de Šumava. Dentro de los Cyclostrasa, la ruta 33 es especialmente
recomendable, la que discurre el canal de Schwarzenberg estuvo a punto de
devolvernos a Austria sin darnos cuenta y la Eurovelo 13, la Ruta del Telón de
Acero, debía llamarse del telón de piedras por momentos. Es todo tan bonito
que, por una vez, la lluvia incesante no lleva aparejada la consabida crisis
existencial por mi parte. Lo único que lamentamos profundamente es no saber de
setas, máxime después de haber pernoctado en un campo de boletus, comiendo unos
macarrones con tomate mientras pensamos si podríamos comernos el delicioso
bocado que tenemos enfrente.
Nos salimos del parque para ir a visitar Vimperk, que en
nuestro mapa posee el reclamo de tener un castillo que resulta ser poco más que
una casa grande. Esta visita es una de las pocas decepciones que tendremos en
la República Checa, agravada por el terrible momento de impotencia que sufrimos
cuando nos compramos una cerveza (la primera desde Francia) y se rompe la lata
cuando se cae al suelo. Para un capricho que nos damos y nos la tenemos que
beber deprisa, a las tres de la tarde y en el aparcamiento de un supermercado. Y
por si fuera poco, la falta de costumbre nos provoca una melopea considerable. Hago
el juramento, que no podré cumplir, de que jamás volveré a beber cerveza a
mediodía al tiempo que me atropello un pie con mi bicicleta de 40 kilos. Y tampoco
podemos esperar a que se nos pase la borrachera, porque Gabriel ha visto en el
cuentakilómetros que son las cinco y media de la tarde, aunque esta hora se
convierte por arte de magia en las tres y media cuando llegamos a lo alto de la
colina que alguien colocó con muy mala baba entre Vimperk y Prachatice. Es lo
que tiene la cerveza checa, que te hace viajar en el tiempo. Prachatice nos
quita el amargor de Vimperk y volvemos a disfrutar de un casco antiguo en lugar
de viejo, con sus particulares casas pintadas. Con todo, echamos de menos los
bosques, donde puedes satisfacer tus necesidades sin que te cobren entre 4 y 15
coronas.
Casa pintada en Prachatice |
Eurovelo del Telón de Acero |
Siguiendo la ruta 12, que acompaña al río Vltava desde Vyšší
Brod hasta Český Krumlov, la lluvia nos da un respiro y el sol no nos da
tregua. Son días calurosos en los que aprovechamos para acampar en praderas y
pastos para secar todo el material, y donde descubrimos para qué sirven las
pinzas que vienen dentro de la navaja multiusos que nos regaló Albert en Suiza:
son ideales para quitar garrapatas. Como siempre, yo me llevo la palma con
cuatro bichos chupasangre en mis piernas, aunque Gabriel mantiene que la suya
puntúa doble porque la tuvo agarrada en los arrabales de las zonas más
sensibles.
Český Krumlov |
České Budějovice |
Castillo de Hluboká |
Se suceden los días de turisteo masivo y castillos (preciosos
los de Český Krumlov y Hluboká nad Vltavou), de empujar la bici entre manadas
de asiáticos cámara en mano y de que nos hierva la sangre por el trato a los
animales tras ver demasiada afición a la taxidermia, numerosos zoos, cornamentas
de cérvidos por todas las fachadas e incluso un oso malviviendo en el pequeño
foso del castillo de Český Krumlov.
Desde Český tomaremos el camino hacia el norte, donde nos
espera la familia Tvrzník en Kolín, cerca de Kutná Hora. El paisaje ha
cambiado, y ahora parece más Castilla que Centroeuropa. Paramos en la peculiar
ciudad de Tábor, a orillas del lago Jordán, donde volvemos a aprovechar los
precios bajos para darnos un capricho y volver a tropezar con la misma piedra:
unas pizzas y un par de jarras de cerveza nos dejan K.O. para continuar la
jornada, aunque de muy buen humor. Los continuos subibajas (en un día contamos
1.000 metros de desnivel acumulado en tierras bajas) aceleran el proceso de
asimilación del alcohol y para la tarde podemos continuar nuestro camino con
normalidad.
Una y no más. Hasta la próxima. |
Después de dos semanas en la República Checa nos sentimos
expertos. Ya sabemos qué es lo que vuelve loco a un checo: los trajes de
camuflaje, coger setas y moras en los bosques, comer zmrzlina (helado), patinar
y tomar el sol en bikini cuando llueve y hace frío. Y, por supuesto, tomar una
cerveza fresquita en una terraza, con lo que no podemos estar más de acuerdo.
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