Últimamente, allá por donde pasamos, todo el mundo nos
comenta que este tiempo no es normal, ya sea por el sofocante calor (sur de
Francia), las lluvias torrenciales (Suiza) o el frío veraniego (Alemania). Nuestros
días son dominados por el verano más lluvioso de los últimos tiempos, quizá sea
cosa del cambio climático. Durante las fases de optimismo nos sentimos
afortunados de vivir este repentino monzón europeo, que no permite a la
naturaleza circundante amarillear como quisiera. El espectáculo de verdes
colinas se sucede por cualquier lugar de Centroeuropa, incluso ahora que ya es
tiempo de recoger el trigo. Sin embargo, el optimismo tiene su límite: el
granizo, los sacos de dormir empapados, los vendavales, las babosas
espachurradas dentro de la zapatilla y los ríos desbordados no son tan
divertidos cuando se sufren en directo.
Después de descansar unos días con la familia Tvrznik
volvemos a la carretera con la idea de vagabundear por la frontera entre
Polonia y República Checa, visitando lugares con nombres tan prometedores como
Cesky Raj (que significa Paraíso Checo), Krknose, Krzeszów o Wałbrzych (por si
alguien lo está pensando, para escribir este párrafo he tenido que mirar y
remirar mis notas para escribir todo lo más parecido a la realidad). Pero por
el momento, toca atravesar los campos de cultivo del valle del Elba, que nos
trae a la memoria el paisaje del Guadarrama, de no ser por los bosques de haya que
contemplamos desde la distancia. Probablemente el cansancio causado por el mal
tiempo sea el culpable de no valorar lo que nos rodea, y el Cesky Raj tiene más
de Cesky que de Raj… Desde la bicicleta no llegamos a contemplar ninguna de las
famosas formaciones rocosas que se supone nos rodean pero están sin señalizar y
pasamos de largo hacia Polonia con la esperanza de que el cambio de país nos
traiga alguna novedad. La última acampada en Chequia no nos deja buen sabor de
boca: estamos remontando el río Jízera, pero el cauce va muy encañonado, lo que
implica demasiada pendiente para plantar la tienda. Desde que nos llenamos las
piernas de garrapatas por acampar en un pasto, nos estamos volviendo más exquisitos
para elegir los lugares donde descansar. Finalmente el tiempo se nos echa
encima, no tenemos más opción que meternos por un camino de una explotación
maderera y dormir sobre un camino que parece no demasiado utilizado. A las seis
de la mañana, las motos, coches y motosierras nos han rodeado y tenemos que
desmontar el chiringuito a toda velocidad. Apenas hemos avanzado 200 metros por
la carretera cuando a nuestra izquierda descubrimos un caminito que baja hasta
el río, hasta un lugar más o menos amplio, llano y tranquilo. Ya que no pudimos
aprovecharlo para acampar, lo hacemos para desayunar, prometiéndonos avanzar
siempre un poco más cuando hayamos encontrado un mal lugar para dormir.
Al otro lado de la montaña, ya dejado atrás el turístico
pueblo de Szklarska Poręba, descubrimos otro mundo. En primer lugar, luce el
sol, durante unas horitas al día incluso nos quitamos las chaquetas. Y aunque
ya sabíamos que los polacos son gente especial, alegres y dicharacheros, no nos
esperábamos que todo el mundo hablara con nosotros. El único problema es que lo
hacen en su lengua, y el inglés aquí funciona igual que el chino. Así que
tomamos la decisión de contestar en español a cualquier comentario polaco. Lo más
increíble de todo es que llegamos a entendernos. Durante el tiempo que
esperamos a que pase una tormenta de granizado en una mesa a cubierto en una
carretera que atraviesa un bosque, dos coches paran para hablar con nosotros. El
primero nos pregunta algo así como “chezcheschechvejahcheyecheche”, a lo que
Gabi responde “espera, que tengo un mapa”, y así se entienden entre ellos, el
hombre se sitúa y tal vez tome la dirección correcta. El segundo hombre que se
para hace salir del coche a su hijo, en medio del tormentón, para que haga de
intérprete en un escueto pero eficiente inglés y así saciar su curiosidad. Polonia
es un país interesante, de comida barata, deliciosa y abundante, donde puedes
encontrarte con las situaciones más disparatadas. Cuando hay un polaco de por
medio, como ya comprobamos con la familia que nos paseó por Suiza en furgoneta,
es altamente probable que los acontecimientos tomen rumbos alternativos. En Chequia
pudimos observar un campeonato de perros ovejeros. Al día siguiente, es un
cerdo rechoncho el encargado de pastorear las ovejas en Polonia para cruzar la
carretera y llevarlas al redil.
Nosotros también ponemos de nuestra parte: al
contrario que Chequia, Polonia no es precisamente un lugar ideal para viajar en
bicicleta. Las carreteras no tienen arcenes, sino rompeolas de asfalto; los
conductores parecen no ser conscientes de cuánto mide su vehículo, o quizá lo
sepan demasiado bien; los caminos para bicicletas son más inescrutables que los
de Dios… y con estos antecedentes decidimos confiar en el mapa de carreteras y
seguir lo que parece ser una pista forestal. Y bosque hay, pero pistas, lo que
alguien entendería por camino apto para recorrer con un vehículo con ruedas, yo
no las veo por ningún lado. Eso sí, ambos lados del camino de cabras están
repletos de arbustos cargados de moras y frambuesas en su punto, los “berris”
más dulces que jamás probaremos en nuestra vida. Recorremos dos kilómetros,
contemplamos el panorama de barro y piedras alfombradas sobre una pendiente
empinada. Aún podemos volver atrás, tomando la carretera que nos lleva hasta un
lugar llamado Kolonia Gai, pero las decisiones desacertadas son las que generan
anécdotas, y hemos venido hasta aquí para vivir aventuras. Así que durante toda
la mañana del día siguiente, empleamos unas cinco horas en recorrer 10 km, más
atrapados por el embrujo de las moras que por lo pedregoso del camino. Cuando estamos
llegando a la cima y un hombre nos adelanta caminando, ya nos hemos dado cuenta
de que no era la mejor idea. Lo bueno es que ahora solo queda bajar. Y seguramente
lo hubiéramos hecho más rápido si no nos hubiéramos perdido.
Durante estos tres días en Polonia hemos recuperado un poco
el humor que habíamos perdido en algún lugar de Chequia. Tal vez nos lo
habíamos dejado (junto a las gafas de Gabi) en aquella parada de autobús
situada junto a un charco, que un camión se encargó de vaciar sobre nosotros
cuando pasó al lado. Vamos camino de Sumperk, donde nos espera Radomir con la
promesa de hacer algo diferente: ver un torneo de hockey sobre hielo. Un poco
saturados ya de bicicleta, la perspectiva de hacer algo distinto es una
motivación extraordinaria. El jarro de agua fría viene cuando, a escasos 10 km
de Sumperk nos encontramos con la versión checa del “route barrée”: nuestra
carretera está cerrada porque han organizado un rally. Gabi mira el mapa y
anuncia que ya no hay bajada sino subida, ya que el desvío continúa durante
kilómetros montaña arriba. Se nos cae el alma a los pies, donde hace compañía a
los macarrones que, después de cocidos, se han ido al césped. Por si fuera
poco, un nubarrón gris tapa el sol y amenaza tormenta.
Comemos, recogemos,
discutimos y empezamos a subir la montaña. Medio kilómetro después confirmamos
que el mayor talento de Gabi no es leer desniveles sobre el mapa y emprendemos
la bajada por una carretera decorada por un hombre demasiado enamorado y con
demasiado tiempo libre, que se había dedicado a pintar corazones casi hasta
llegar a Sumperk. Vamos tan rápido que dejamos la nube y el mal humor atrás, y
aún nos sobran dos horas para ver la ciudad hasta que Radomir salga de
trabajar. Aunque el hombre apenas tiene tiempo para nosotros, no puede ser
mejor anfitrión y disfrutamos el fin de semana aprendiendo sobre el deporte
estrella en la República Checa. Nos regala un juego de viaje que incluye el
backgammon, ajedrez, damas y parchís, y que será un compañero más de viaje en
el futuro (más próximo que lejano), cuando el frío y la lluvia nos obliguen a
pasar más tiempo a cubierto que pedaleando.
Me ha encantado la foto de la babosa. Dice Adolfo, el gallego que está yendo con su bici a China, que "viajando en bicicleta se pueden ver caracoles". Voy a escribirle y decirle que yo creo que ha pasado muy rápido por Europa, que aquí, como tú y yo sabemos, sólo se ven babosas, y a cientos!
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