“Porque
toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: amarás a tu prójimo como a
ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea
que os consumáis unos a otros”.
Gálatas, 5, 14-15.
Octubre
del año 1809. Un joven aristócrata inglés trata de encontrar refugio en mitad
de una terrible tormenta que se cierne sobre los montes Pindos, al noroeste de
Grecia. Poco tiempo atrás, cuando todavía tenía dinero para pagarse los
estudios en la universidad de Cambridge, jugueteaba con el mono que se había
traído como compañero de habitación. Un día confesó al macaco que estaba
planeando realizar un gran viaje por el Mediterráneo y este le miró con ojillos
extraños. Él creyó entender en la mirada del animal que no iba a ser un viaje fácil,
menos aún para un hombre cojo, pero le animaba la idea de que la desventura
podía ser una fuente de inspiración para su poesía. Lord Byron deambuló por
España, Portugal, Malta y Albania antes de perderse en las inmediaciones del
monasterio de Zitsa. El poema que surgió de aquella tormenta descansa
doscientos años más tarde sobre una placa de mármol. Dave nos ha traído hasta él
en nuestro paseo con Tsarli, el perro de Anna y Kostas.
Engendro resultante de mezclar los únicos ingredientes de que dispones: cuscús, palomitas y pipas. Nuestra primera comida en Grecia... ¡Por suerte siguieron otras más deliciosas! |