domingo, 21 de diciembre de 2014

LA LIBERTAD EN TRES SENTIDOS



     La libertad del ser humano ha de ser triple: libertad de palabra, libertad de acción y libertad de pensamiento. Ese era el lema del batallón de Davor, soldado croata que ha vivido conforme a ello con la firme convicción de que el amor universal y el pacifismo nos harán igualmente libres.

    Creíamos que el horror ya había agitado lo suficiente Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Probablemente nadie pensaba en la posibilidad real de que un nuevo conflicto bélico pudiera sacudir el viejo continente, que parecía haber superado su tendencia a los genocidios, que creía ingenuamente haberse despedido del derramamiento de sangre entre hermanos, que quería creer que ya no mandaba la pólvora sino el comercio pacífico. Era una mentira que apenas se sostenía y que se escurrió entre los dedos de Tito cuando falleció sin dejar resuelto un conflicto secular en el espejismo que concibió bajo el nombre de Yugoslavia.

Uno de tantos, Croacia.

domingo, 14 de diciembre de 2014

WINTER IS COMING



    Por azares del destino, la equipación de invierno ha aparecido en la carretera como obra de la Divina Providencia. Primero fueron los guantes de lana de Gabi, que encontramos tirados junto a un banco a orillas del Danubio, y que completan su kit de accesorios que empezó con un gorro abandonado en Madrid y una huérfana braga para el cuello aparecida en Conques. Para los pies, nada mejor que las botas de agua de un pobre okupa fallecido hace poco en el molino abandonado que ha sido nuestro hogar durante una fría semana. Por su parte, Gabi está contento con los escarpines de neopreno que nos regalaron en Eslovenia, aunque yo tampoco me quejo de los guantes que me regaló Clea, una valenciana que lleva 11 años viajando con su familia en un carro tirado por caballos y que ha instalado su campamento de invierno en Hungría. Pero lo que realmente nos ha permitido disfrutar de pedalear en las condiciones más frías ha sido la idea de Peter de coger un par de anoraks de segunda mano, cortarlos y coserlos para hacer unas manoplas que se instalan en el manillar y con las que podríamos viajar al Polo Norte. Retomemos la historia donde la habíamos dejado para entender cómo se han ido encadenando esta serie de circunstancias que nos han hecho la vida más fácil.
 
Budapest.

miércoles, 22 de octubre de 2014

LA CABRA TIRA AL MONTE



    No hay mejor descanso que trabajar en una granja de cabras con solo una cabra. Cuatro meses después de que saliéramos de casa, con más de 5.000 km a las espaldas, no viene mal aparcar la bici por una temporada. Si además la bici puede relajarse en la cuadra de Katrien, mucho mejor. Encontramos este paraíso eslovaco a través de la página de Workaway, que pone en contacto a trabajadores voluntarios con gente que necesita ayuda con alguna tarea (que puede ser enseñar inglés a la familia, hacer las camas en un hotel en la playa, cuidar de los perros en vacaciones o incluso construir una casa). El voluntario no percibe ningún tipo de compensación económica, pero a cambio suele recibir comida y alojamiento. Por tanto, es una gran oportunidad para aprender por el camino y sentirnos útiles por primera vez en mucho tiempo.

La manada.

lunes, 8 de septiembre de 2014

EL VERANO MÁS LLUVIOSO

Últimamente, allá por donde pasamos, todo el mundo nos comenta que este tiempo no es normal, ya sea por el sofocante calor (sur de Francia), las lluvias torrenciales (Suiza) o el frío veraniego (Alemania). Nuestros días son dominados por el verano más lluvioso de los últimos tiempos, quizá sea cosa del cambio climático. Durante las fases de optimismo nos sentimos afortunados de vivir este repentino monzón europeo, que no permite a la naturaleza circundante amarillear como quisiera. El espectáculo de verdes colinas se sucede por cualquier lugar de Centroeuropa, incluso ahora que ya es tiempo de recoger el trigo. Sin embargo, el optimismo tiene su límite: el granizo, los sacos de dormir empapados, los vendavales, las babosas espachurradas dentro de la zapatilla y los ríos desbordados no son tan divertidos cuando se sufren en directo.



jueves, 14 de agosto de 2014

DÍAS DE BOHEMIA

    Al fin hemos vuelto a las montañas, después de unos días que se nos hacen eternos en Alemania siguiendo el río Isar (a mis enemigos no les deseo ningún mal, pero ojalá algún día desperdicien sus vacaciones recorriendo el Isarradweg). La República Checa tiene mucho que ofrecer, así que a lo largo de las próximas semanas daremos unas cuantas vueltas tontas de estas que caracterizan nuestra ruta para disfrutar de paisajes y pueblos con nombres de tinte épico. Entramos a Chequia por el parque nacional de Šumava, en la región de Bohemia. Dos bancos en medio del camino y un pequeño cartel delimitan una de tantas fronteras invisibles que dividen Europa. En el portamapas de la bolsa del manillar, cuatro palabras y frases básicas en checo.


martes, 12 de agosto de 2014

Y POR ESO SE VAN A MALLORCA

    Llevamos un par de días en Austria y después de pensar en recorrerla entera, acabamos por cambiar de opinión. Nos atraen sus montañas, sus pueblos y su historia, pero no nos sentimos cómodos con su gente. Ha pasado muy poco tiempo como para generalizar, pero las caras que observamos en las plazas, las calles y las carreteras son de gente triste, y raro es el que saluda. En un momento dado cruzamos el Rin buscando un supermercado abierto un domingo en Suiza y ya no volveremos a entrar en Austria, encandilados otra vez con la insospechada simpatía suiza.

Lago Constanza.

sábado, 19 de julio de 2014

EL QUESO GRUYERE NO TIENE AGUJEROS



    Hace una semana bromeábamos con la picadura de abeja. Lo que aún no sabíamos (pero no tardamos en descubrir) es que soy alérgica a la toxina que inyectan con su aguijón, y Suiza no es un mal lugar para asumir la noticia. Por suerte, estamos en buenas manos. Geraldine me lleva al hospital cuando la mano empieza a hincharse más de lo normal y algo empieza a ir mal en la garganta. Cuando el médico me pregunta si me ha cambiado la voz después del picotazo, no imaginaba que una respuesta afirmativa iba a significar una noche en la Unidad de Vigilancia Intensiva. El enfermero, gaditano, me explica que lo normal es que la primera picadura de abeja sea molesta pero no peligrosa, pero esta era ya la segunda, y la anafilaxis se presenta de manera bifásica; es decir, que podía haber una crisis alérgica una vez que empezara a sentirme mejor, así que sería mejor que pasara la noche en el hospital, enchufada a varias máquinas para controlar el oxígeno, ritmo cardiaco, la tensión y la temperatura. Alrededor de medianoche me pregunta si he cenado, y el gaditano vuelve al rato con una cena pantagruélica que levanta envidias en la sala. 

  

domingo, 6 de julio de 2014

ROUTE BARRÉE



    Ni siquiera teníamos pensado pasar por Grenoble, pero el amigo de Sylvain es mecánico de bicis y nos puede echar una mano con algunas dudas, así que finalmente decidimos hacer noche aquí. Pero lo que iba a ser solo una noche se convierte, por causas de fuerza mayor, en una semana. Mis rodillas arrastran un problema desde hace kilómetros y con la subida a Vercors terminan por colapsar. El dolor es intenso al pedalear y prácticamente me impide caminar. Descansamos un par de días con la ilusión de que mejore la cosa por arte de magia, pero el milagro no ocurre esta vez. Así que tenemos que recurrir a eso que se paga con la esperanza de no tener que utilizarlo: el seguro médico que contratamos antes de salir. Nos volvemos un poco locos, pero finalmente funciona rápido y para el día siguiente a primerísima hora ya tenemos cita con el médico. Tras un breve sobeteo me diagnostica lo mismo que le dice a la mitad de los esquiadores que acuden a su consulta en invierno: condromalacia o síndrome rotuliano. En términos médicos significa una inflamación del cartílago que está debajo de la rótula. En términos profanos, es un dolor de rodillas de origen incierto y cura insegura. Las radiografías que me hacen ese mismo día por la tarde confirman que no hay nada grave, pero la médica considera que es necesario que empiece de inmediato con fisioterapia. El problema es que quien decide es el que paga. Es viernes y hasta el lunes los médicos de Mapfre no emitirán el veredicto. Mientras tanto, mucho voltarén (que, por supuesto, no hace nada). En la casa donde nos estamos quedando nos dicen y repiten que podemos estar allí el tiempo que sea necesario, pero la médica ha dicho que necesitaré al menos 20 sesiones de fisio y el asunto no pinta nada bien. Los días pasan y el dolor aumenta. Cuando les contamos cómo funciona el seguro, la novia de Gabriel, la persona que nos aloja, nos recomienda que dejemos a un lado la medicina convencional y que visitemos a un amigo suyo, osteópata, que vive en su pueblo. Sin nada que perder, cogemos el bus y en una hora este gran hombre me está recolocando ambas articulaciones. Después de un reconocimiento integral de la postura corporal, se percata de que el problema es que se han desviado los meniscos, así que me retuerce las dos rodillas hasta que vuelven a encajar. Suena doloroso. Lo es. Pero en cuanto cesa el dolor por la agresiva intervención, la rodilla izquierda está completamente curada y la derecha tardará pocos días más en estar en perfectas condiciones. Además, por ser amigos de Salomé, no quiere cobrar la consulta. Un ángel más que sumar a la lista de gente maravillosa que encontramos por el camino. 

El Mont Blanc al fondo.

viernes, 27 de junio de 2014

EL PAÍS DE DIOS



    Hemos recorrido la friolera de tres kilómetros desde que salimos de Avignon hasta que hacemos la primera parada. Finalmente ha ocurrido: la válvula de la cámara que Gabi rompió al día siguiente de comprar la bici, ya no puede más y ha decidido jubilarse. Y lo hace a mediodía, en un lugar sin sombra y con un viento considerable. Estamos encantados con las cubiertas que llevamos, unas Schwalbe Marathon Mondial, pero no nos gustan tanto cuando tenemos que reemplazar la cámara. Así, pasamos bastante tiempo forcejeando con ellas hasta que nos permiten hacer la maniobra. Es el presagio de que nos espera un día apasionante. Además, hemos hecho un nuevo amigo; se llama Mistral, un pariente lejano de nuestro nada añorado Cierzo. Tenemos que concentrarnos al máximo para mantener el equilibrio sobre la bici. No me extraña que el viento vuelva locas a las personas, no te deja a solas con tus propios pensamientos, ni mucho menos hablar con tu compañero. En una ocasión, el viento nos arroja hasta la mitad de la calzada y un coche nos pita. ¿Y qué piensa, que lo hemos hecho por gusto? El Mistral todavía agitará durante cuatro días más los campos de lavanda que tiñen de morado los alrededores.

Plantaciones de lavanda.

    En general, en el sudeste de Francia la educación y el respeto de los conductores deja mucho que desear. Hace tiempo que nos hemos acostumbrado a que aquí la distancia de seguridad sea más estrecha y que los coches no suelen reducir mucho. Pero en esta región varios vehículos han pasado rozándonos, un par de ellos incluso intencionadamente, y hasta que no alcancemos el departamento de La Drôme ningún coche volverá a ralentizar el paso y esperar el mejor momento para adelantarnos. Para llegar allí subimos dos coles (puertos) en un mismo día, la más alta, de 186 metros. Según nos alejamos del Ródano y entramos de nuevo en las montañas, todo va cambiando: la gente, el paisaje, los ánimos y la intensidad del viento. Pasamos a visitar Grignan y su castillo medieval y remontamos los ríos Eygues y Ouile, por las preciosas Gorges de St. May. Cuando alcanzamos el pueblo de Remuzat, kilómetros verticales encajan el valle: se trata de la región prealpina. Cuando diseñamos la ruta desde el sofá de casa, lo hicimos pensando en seguir grandes ríos y evitar las zonas más escarpadas. Y ahora obligamos al lector a buscar en google de qué ríos estamos hablando y hemos enfilado hacia el Mont Blanc. Precisamente en unos de esos ríos paramos para comer y darnos un furtivo baño como Dios nos trajo al mundo. Mientras degustamos unos deliciosos macarrones con un sofrito de cebolla y pimiento un enorme perro abandonado se nos acerca y nos hace compañía durante la sobremesa. Cuando ya estamos pensando en adoptar a Austin, el animal decide ayudarnos a terminar el pan y buscarse otra compañía no vegetariana más interesante.

Austin.
Gorges de St. May.

    Ascendemos una col de verdad, de esas que rondan los 1.000 metros, aunque es tan suave que en muchos de sus tramos vamos con el plato mediano. Al otro lado de la montaña hemos quedado en un pueblo llamado Recoubeau-Jansac, en una región con un curioso nombre: Pays Diois. Imposible no leer otro topónimo más divino. Peor lo tienen los angloparlantes, ya que la capital de la región es Die, lo que da lugar a macabros juegos de palabras. El país de Dios nos recuerda mucho al valle del Baztán. Se trata de una zona inmersa entre montañas, en la cual sus habitantes han desarrollado cierta tendencia al autoconsumo. Los productos, de origen local, son en gran parte ecológicos y se han desarrollado muchos proyectos de agricultura sostenible y permacultura. Es curioso cómo el mundo de la bici está a menudo ligado al “mundo-bio”; por el camino hemos encontrado numerosos ciclistas de largas distancias adheridos a este movimiento, veganos o vegetarianos, que practican yoga y se curan mediante medicina natural. Uno de ellos es Sylvain, que nos acoge unos días en Recoubeau. Será nuestro anfitrión y nuestro gurú por el país de Dios. Él llegó aquí hace unos años, después de haber dado una vuelta al planeta en bicicleta con un amigo entre 2006 y 2009, visitando más de 40 países en el trayecto. Por el camino aprendió idiomas, medicina, carpintería, albañilería, mecánica práctica (que sumó a sus conocimientos como ingeniero) y que le han permitido estar construyendo ahora mismo su propia casa. Con él descansar no es sinónimo de perder el tiempo. Vamos a visitar unos amigos suyos, también cicloviajeros, que de la noche a la mañana se encontraron con que no podían seguir viviendo en la casa que tenían alquilada, pero tampoco podían alejarse demasiado de su granja, así que se les ocurrió una solución que en principio iba a ser temporal: construir una yurta (vivienda típica de los nómadas mongoles) junto a su cabaña ecológica de cabras. Y lo que iba a ser un parche hasta encontrar algo mejor, resultó ser un remiendo que lleva tres años funcionando sin visos de cambiar en breve tiempo. Por la noche nos lleva a un local alternativo donde una amiga suya proyecta un documental que rodó durante el verano pasado, una comparativa entre las granjas ecológicas de Francia y Rumanía. En un momento del documental un granjero rumano lamenta que la agricultura se haya convertido en un negocio más, no puede comprender que exista una industria alimentaria que funcione igual que una fábrica de plástico; del mismo modo le rechina la idea de que las familias dediquen un porcentaje tan bajo de su presupuesto a comida, cuando no puede haber otra cosa más importante. Podemos gastar 300 euros en un iphone, pero luego compramos comida barata (ni siquiera estoy hablando de comida basura o precocinada) sin preocuparnos de los pesticidas y transgénicos que nos están matando poco a poco, y sin cargo de conciencia por la explotación de personas y animales, con el consiguiente hundimiento de la economía local. En el Lidl, el chocolate está más barato.

Una yurta en medio de Francia.
    Por la noche, Sylvain nos tiene dos sorpresas preparadas: por un lado, ha contactado con unos amigos, una familia cicloviajera que vive en Suiza y que nos espera en su casa; por otro, ha hecho planes con otro amigo viajero para pasar los próximos dos días en las montañas. No hay mucho que pensar, metemos las bicis y las alforjas en la furgoneta y recorremos a cuatro ruedas el puerto que íbamos a hacer sobre dos.
En Chichiliane cambiamos las bicis por la mochila y ascendemos al Plateau de Vercors, hasta los 2.000 metros de altura. Desde allí disfrutamos las preciosas vistas a los Alpes, vemos rebecos y marmotas, y crece aún más el deseo de contemplar el Mont Blanc. Dormimos en el refugio situado junto al paso de L’Aiguille, donde una veintena de héroes de la Resistencia trataron de frenar en vano el avance de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. 

Paso del Aiguille al Plateau de Vercors

   Cuando estemos en Grenoble, de nuevo en una casa conseguida gracias a los contactos de Sylvain, aprenderemos un poco más sobre esta guerra, aunque el recuerdo de la Gran Guerra, como fue conocida la Primera Guerra Mundial, nos impresiona aún más. No sólo por lo absurdo del conflicto, sino porque en cada pueblo por el que hemos pasado hemos ido viendo recuerdos a los desaparecidos y fallecidos, listas de nombres que en ocasiones superaban el número actual de casas de la villa, y que aportan una idea de la dimensión del conflicto. Las trincheras del Somme y Verdún engulleron sin clemencia a los pobres desgraciados que fueron enviados a defender el frente. La carnicería se saldó con un millón y medio de muertos (el número de heridos, amputados y con trastornos mentales es aún mayor) por el lado francés. Escalofriante pensar que la Gran Guerra no llegó a sesgar tantas vidas como las guerras de religión que entre 1562 y 1598 arrebataron a Francia una décima parte de su población, contando unos dos millones de muertos. Demasiada sangre para un lugar tan bello.

viernes, 13 de junio de 2014

HAY UN TOPO ENTRE NOSOTROS



    Cuando estás cerca de Millau tienes la opción de ir a visitar el viaducto más grande del mundo. Pero estamos seguros de que para cuando lleguemos a China, allí habrán construido otro mayor, así que dejamos tan valioso reclamo turístico a un lado, un hito más en la historia de la lucha del hombre contra la naturaleza, y en lugar del puente visitamos la casa de Hélène y Olivier en Prailhac. Y es una buena elección: con ellos pasamos dos días en los que aprendemos acerca de jardinería y medicina natural, construcción de casas, cocina y humanidad. No está mal. Olivier nos aconseja no dejar pasar la ocasión de subir a la Causse Mèjean (la más alta y extensa meseta de Francia) para ver unos animales que están en grave peligro de extinción. El ecosistema de la Causse, por encima de los 1.000 metros de altitud y cubierta de praderas peladas de árboles, es el ambiente más parecido a Mongolia que encontraron los biólogos para salvar de la extinción a los caballos de Przewalski, la única especie de caballos salvajes del mundo. A pesar de que esta raza de caballos es los que aparece representada en las cuevas de Lascaux, según afirman los expertos, los caballos salvajes fueron forzados a emigrar hacia el Este a causa del y el cambio climático. Su redescubrimiento en Mongolia en 1879 no les hizo ningún favor, ya que empezaron a ser víctimas de la caza masiva, desollados o enviados a zoos europeos. La domesticación masiva estuvo a punto de hacer desaparecer a los caballos en estado salvaje, tanto que el número de ejemplares reproductores a mediados del siglo XX apenas pasaba de una docena. Es más, el último avistamiento de un caballo de Przewalski en libertad ocurrió en 1966 en el desierto del Gobi. En el año 1990 nació la asociación TAKH para reintroducir en Mongolia los caballos que vivían en los zoos de Europa. Después de tantos años en cautividad, los animales necesitan de un periodo de aclimatación, que se lleva a cabo en el municipio de Le Villaret, dentro del parque nacional de Cévennes. Aquí aprenden a desenvolverse por sí mismos, de nuevo forman manadas y la selección natural vuelve a funcionar. Actualmente, unos 30 individuos viven en semilibertad en Le Villaret. La población mundial de estos caballos ascienda ya a 1.872, incluyendo a los más de 300 individuos que han sido reintroducidos gracias a programas como el TAKH. 

Junto al árbol y a la derecha, dos caballos de Przewalski.


    Puede ser que ver dos caballos en lugar del viaducto más grande del mundo no sea gran cosa para algunas personas, pero para nosotros es algo emocionante. Algo así debieron pensar los ocupantes de los coches que pararon en el mismo lugar que nosotros junto a la carretera que asciende a la Causse. Se bajaron todos los ocupantes de los coches, nos preguntaron cuatro cosas y nos pidieron que siguiéramos subiendo nuestras monturas por la pendiente mientras ellos nos grababan en vídeo. Al menos nos podían haber dado unos cacahuetes.
    
    Me siento identificada con la Meseta: es de una belleza difícil de explicar y comprender. Apenas hay árboles, no se ven montañas ni valles, la vegetación es simplemente arbustiva, pero tiene algo especial. El hecho de que no haya limacos que nos llenen de babas la tienda de campaña también ayuda a amarla. El segundo día ya hemos entablado con ella una relación amor-odio debido a un viento de cara que nos obliga a disfrutar de la meseta más tiempo del previsto. El descenso a Florac lo hacemos por una carretera sobre la que reza una advertencia: “Ruta difícil y peligrosa”, y ciertamente es así para los vehículos a motor, que tienen que evitar dejarse llevar por la fuerza de la gravedad en las pendientes del 15%. Por la mañana descendemos medio kilómetro en vertical que tenemos que volver a subir por la tarde si no queremos quedarnos a vivir en el parque nacional, y lo hacemos a través de la Carretera de las Cornisas hasta el Pompidou. Una vez aquí, descendemos por el valle del Gard, sin ser plenamente conscientes de que estamos dejando atrás una parte hermosa de Francia.


Valle del Gard

    Acabamos de darnos cuenta de que estamos en verano. De repente, el calor es sofocante, hay mosquitos por doquier y la necesidad de agua se manifiesta con fiereza. Estamos en Nîmes, clima mediterráneo: en un par de días hemos cambiado la Mongolia francesa por la Roma gala. El festival de Nîmes nos ofrece exóticos espectáculos: toros, churros, paella y flamenco. Lo que ya no oferta con tanta alegría es una fuente que funcione, de modo que tenemos que buscar un cementerio para encontrar agua (y ya de paso darnos una ducha furtiva, sin que a los que allí descansan les importe demasiado) o cogerla directamente de una acequia. El tamagochi nos dice que estamos a 46,5ºC, así no se puede pedalear, tenemos que pararnos un par de horas largas a mediodía para no derretirnos en el intento. Incluso llegamos a replantearnos la etapa del día, los quince kilómetros que nos separan de la playa en la Camargue parecen insalvables. Sin embargo, no hemos venido hasta aquí para oler el mar de lejos, y en menos de una horita ya estamos en el pueblo donde se reúnen una vez al año todos los gitanos de Europa, Saint-Marie de la Mer. Dejamos atrás las arenas más turísticas y volvemos a entrar en un parque natural, esta vez similar a las marismas de Doñana. Disfrutamos de un rico baño en el mar en pelotillas (no me cansaré de enumerar los notables beneficios de esta modalidad) y acampamos cerca de la orilla, después de arrastrar la bici medio kilómetro por la arena.


Las dunas han invadido la vía ciclista que rodea la Camargue


    Por la noche empiezan los problemas. El hornillo deja de funcionar mientras una horda de mosquitos tigre decide que nosotros seamos su cena. Gabi se afana en limpiar bien todos los conductos, pero el cacharro no tira. Dejamos en un tuper el arroz con lentejas y mañana será otro día, hoy cenamos fruta. Pero mañana tampoco funciona. Gabi dedica un par de horas completas para limpiarlo en profundidad, comprueba todas las juntas, lo desmonta y lo vuelve a montar varias veces… nada. Leemos una y otra vez las instrucciones. Lo primero que dicen es que si hay algún problema, hay que comprobar que el inyector de fuel sea el correcto para el tipo de combustible utilizado. Y, efectivamente, casi dos meses después, nos damos cuenta de que hemos estado usando el de keroseno en lugar del de gasolina. Problema resuelto: quince horas después, nos comemos el arroz con lentejas.

Maison Carrée, en Nîmes

    En este departamento, que es el equivalente a las comunidades autónomas en España, acampar no es nada fácil. No hay apenas bosques y tenemos que conformarnos con montar la tienda en campos de cultivo sin labrar. Aunque sea un campo situado a pocos metros de una torre militar. El lugar está repleto de todo tipo de animales, de dos, cuatro, seis y ocho patas. Por la noche, a alguien le suenan las tripas. Al principio nos reímos, hasta que comprobamos que no son las cañerías de nadie. Algo suena por debajo del suelo de la tienda y tardamos un buen rato en descubrir lo que es… hay un topo entre nosotros. Como un par de bobos, tratamos de reconducir al topillo palpando el suelo y colocando brazos y piernas en la dirección correcta. Así pasamos buena parte de la noche. A la mañana siguiente nos cercioramos de no haber provocado ningún desperfecto en la topera, mientras arañas y tijeretas nos hacen echar de menos las babosas. Cerca de Avignon elegimos otro campo sin labrar privilegiado. Un lugar tan especial que a las tres de la madrugada nos despertamos a causa de un olor nauseabundo, como a animal muerto, que nos lleva a pensar en empezar directamente la jornada bajo las estrellas. Logramos reconciliar el sueño con las arcadas y al día siguiente desafiamos de nuevo el calor para llegar a la ciudad papal, donde Gabi va a reencontrarse con un viejo amigo.

El rickshaw de Monika y Heiner
    Finalmente, hemos llegado antes de tiempo y mientras esperamos a que sea la hora de la cita con David, conocemos una familia peculiar: Monika y Heiner han venido desde Alemania en bici con sus tres hijos (el más pequeño de 9 meses)… todos en la misma máquina. Es una especie de triciclo de cinco plazas, accionada por los dos adultos y con una bici infantil en la parte de atrás. Cualquier cosa es posible en el mundillo de los cicloviajeros. Muy pronto se hacen más populares que el Palais des Papes y atraen la atención de todos en la plaza. Intercambiamos nuestras direcciones y vamos a encontrarnos con David, que nos tiene preparados tres días de reposo, durante los cuales disfrutamos del 5-1 que le regala la selección holandesa a la española, para cachondeo de todos los franceses con los que hablaremos después.
 
Palais des Papes, Avignon.


miércoles, 4 de junio de 2014

A las 6:30 el petit-dejeneur

    Nunca hay que dar nada por sentado. Normalmente nos organizamos pensando en pedalear durante una semana, más o menos, y buscar alojamiento en una casa a través de la red de ciclistas hospitalarios, Warm Showers. Lo ideal es descansar un par de días, reponer fuerzas, lavar la ropa, cocinar cosas ricas, aprender y compartir. Cuando dejamos atrás la casa de Pierre y Stèphanie, escribimos a una conocida suya que vive en Montauban para que nos acogiera uno o dos días, y la respuesta fue positiva. Fue una semana dura, bien pasados por agua. Los aguaceros que nos cayeron esos días eran de los que te dejan los pies mojados y el frío metido en los huesos durante las siguientes jornadas. Ya que íbamos a descansar en Montauban, no nos importó dar un rodeo en esas condiciones para visitar Moissac y los pueblos de alrededor que tuvieran nombres sugerentes. Incluso tomamos un trozo de canal, a pesar de que los encontramos aburridos y monótonos (pero hay que probar de todo). 




    Nuestra anfitriona nos había dicho que no llegaría hasta tarde a su casa, y menos mal porque nos perdemos dando vueltas por Montauban. Cuando estamos cenando, nos percatamos de que no habíamos sido muy claros en la solicitud, y que sólo íbamos a poder quedarnos esa noche, por lo que no habría día de descanso ni podríamos lavar la ropa. Pero es que además nuestra anfitriona entra a trabajar muy prontito. Nuestra cara es un poema cuando nos dice que quedamos a las 6:30 para tomar el desayuno. Una hora después ya estamos en la calle, bajo una buena tormenta, sentados en la entrada de un banco que aún no ha abierto, decidiendo qué hacer con nuestras vidas. Justo cuando el ánimo empieza a flaquear, se nos acerca un hombre de rasgos indios, atraído por nuestras bicicletas cargadas de bultos. Resulta ser un entusiasta de los viajes en bici, aunque jamás ha hecho ninguno. Ha devorado libros y relatos blogueros de otros viajeros, que han llenado su imaginación con parajes y gente extraordinaria. Pese a la lluvia y al cansancio, nos devuelve las ganas de continuar la ruta que nos habían recomendado Pierre y Stèphanie, aquella que atraviesa los llanos del Tarn y Garonne, y que remonta el valle del Lot dirección Conques.



    El mal tiempo nos acompaña, y las nubes descargan con fiereza sobre nosotros. El cansancio acumulado, el olor de la ropa sucia y mojada, las molestias musculares, la perspectiva de tener el siguiente warmshower a 400 km… provocan el surgimiento de pensamientos negativos. Discutimos entre nosotros por auténticas nimiedades. Aunque a través de las palabras que aparecen en este diario pueda supurar un aire idílico, viajar en pareja dista mucho de ser pura armonía y comprensión. Cuando discutimos, no puedo irme a leer mientras Gabi se queda viendo la tele; él tiene que seguir pedaleando detrás de mi petate, o yo tengo que continuar persiguiendo el aroma de sus calcetines pestilentes. Ambas partes tenemos que hacer un esfuerzo por restaurar la normalidad y el buen humor de los días anteriores pero una vez dentro de la espiral de negatividad, es difícil salir de ella. Decidimos hacer una excepción y pagar por un camping en Figeac, con la esperanza de que un poquito de comodidad y una ducha calentita sirvan de algo. Por la noche alcanzamos el punto álgido de la crisis.


    Voy a contar lo que ocurrió con Chi para aquellos que sigan nuestras historias desde hace poco tiempo. Gabi y yo somos pareja desde hace unos cuatro años. No tenemos críos, pero hace tres años adoptamos un gato (yo le llamo Chi, Gabi le llama Cuqui). Debido a que yo pasaba mucho tiempo en casa dedicado a la tesis doctoral, mi vínculo con este animal es muy fuerte, los que han conocido a Chi lo saben bien. Cuando nos planteamos hacer este viaje, decidimos dejar a Chi con la madre de Gabi, que tiene otros cuatro gatos más, y todos ellos entran y salen cuando quieren de la casa para ir al campo que tienen al lado. Hay gatos que son muy caseros, pero Chi adora la calle, de modo que preferimos esa opción, que viviera feliz corriendo detrás de los bichos del monte aun a riesgo de que un día no volviera a casa. Y eso fue justamente lo que pasó. Un mes antes de empezar este viaje, la madre de Gabi nos llamó para decirnos que Chi llevaba unos días desaparecido. A día de hoy seguimos sin saber dónde está. Esta noche en Figeac no puedo parar de pensar en él. Me martiriza la idea de que hemos rehuido nuestra responsabilidad para salir de viaje y que la consecuencia ha sido perder a nuestro niño. Desde este punto de vista, esta aventura no puede compensar, es demasiado lo que hemos sacrificado para estar aquí. Me quedo dormida con el saco de dormir empapado en lágrimas. Volver a casa ahora no me va a devolver a Chi. Si no cambio la actitud, entonces será cierto que nada de esto habrá merecido la pena. El dolor sigue ahí, y ahí seguirá estando durante una larga temporada (Sabina dijo bien 19 días y 500 noches). Afuera, la lluvia continúa.



    Pero junto a mí, más cerca y más real que cualquier conjetura, está durmiendo Gabriel. Por él, y también por mí, desconecto del círculo vicioso. La mañana siguiente aparece nublada, pero de repente me parece que hace un día precioso. Si la ropa huele mal, ya se lavará; si la tienda está mojada, ya secará; si hay que subir montañas, la vista desde arriba seguro que es hermosa: de nuevo es el primer día de nuestro viaje, y con esa ilusión despierto desde entonces cada mañana. Regresamos al Lot y comenzamos la ascensión a la meseta de Sauveterre y, de repente, lo que sobre el papel parecía tan terrible, se hace poquito a poco y además con placer. El paisaje se ondula y las laderas se retuercen en torno a los cauces. Estamos en una región de grandes mesetas y espectaculares gargantas, que disfrutamos subiendo, bajando y recorriendo. Ya no importa llegar cuanto antes a Prailhac para encontrarnos con nuestro próximo warmshower: los grillos emiten cantos de sirena y la tierra nos acoge en su seno. Los últimos lugares que encontramos para acampar son sencillamente preciosos: un campo de menta la penúltima noche y el nacimiento del Aveyron la víspera. Los kilómetros van cayendo solos cuando no se tiene la mente puesta en el objetivo final, y decidimos dar un rodeo para conocer un lugar cuyo nombre es evocador: Point Sublime. La Gorge du Tarn queda a nuestros pies y no nos resistimos a su encanto. Sin la ansiedad de las jornadas anteriores, llegamos a Prailhac perdiendo el tiempo, entreteniéndonos con los cerezos del camino, visitando castillos y villas medievales, dejándonos embelesar por el aroma de la resina de pino. Al igual que la buena suerte hay que generarla, de nosotros también depende que este viaje merezca la pena.