lunes, 8 de septiembre de 2014

EL VERANO MÁS LLUVIOSO

Últimamente, allá por donde pasamos, todo el mundo nos comenta que este tiempo no es normal, ya sea por el sofocante calor (sur de Francia), las lluvias torrenciales (Suiza) o el frío veraniego (Alemania). Nuestros días son dominados por el verano más lluvioso de los últimos tiempos, quizá sea cosa del cambio climático. Durante las fases de optimismo nos sentimos afortunados de vivir este repentino monzón europeo, que no permite a la naturaleza circundante amarillear como quisiera. El espectáculo de verdes colinas se sucede por cualquier lugar de Centroeuropa, incluso ahora que ya es tiempo de recoger el trigo. Sin embargo, el optimismo tiene su límite: el granizo, los sacos de dormir empapados, los vendavales, las babosas espachurradas dentro de la zapatilla y los ríos desbordados no son tan divertidos cuando se sufren en directo.




Después de descansar unos días con la familia Tvrznik volvemos a la carretera con la idea de vagabundear por la frontera entre Polonia y República Checa, visitando lugares con nombres tan prometedores como Cesky Raj (que significa Paraíso Checo), Krknose, Krzeszów o Wałbrzych (por si alguien lo está pensando, para escribir este párrafo he tenido que mirar y remirar mis notas para escribir todo lo más parecido a la realidad). Pero por el momento, toca atravesar los campos de cultivo del valle del Elba, que nos trae a la memoria el paisaje del Guadarrama, de no ser por los bosques de haya que contemplamos desde la distancia. Probablemente el cansancio causado por el mal tiempo sea el culpable de no valorar lo que nos rodea, y el Cesky Raj tiene más de Cesky que de Raj… Desde la bicicleta no llegamos a contemplar ninguna de las famosas formaciones rocosas que se supone nos rodean pero están sin señalizar y pasamos de largo hacia Polonia con la esperanza de que el cambio de país nos traiga alguna novedad. La última acampada en Chequia no nos deja buen sabor de boca: estamos remontando el río Jízera, pero el cauce va muy encañonado, lo que implica demasiada pendiente para plantar la tienda. Desde que nos llenamos las piernas de garrapatas por acampar en un pasto, nos estamos volviendo más exquisitos para elegir los lugares donde descansar. Finalmente el tiempo se nos echa encima, no tenemos más opción que meternos por un camino de una explotación maderera y dormir sobre un camino que parece no demasiado utilizado. A las seis de la mañana, las motos, coches y motosierras nos han rodeado y tenemos que desmontar el chiringuito a toda velocidad. Apenas hemos avanzado 200 metros por la carretera cuando a nuestra izquierda descubrimos un caminito que baja hasta el río, hasta un lugar más o menos amplio, llano y tranquilo. Ya que no pudimos aprovecharlo para acampar, lo hacemos para desayunar, prometiéndonos avanzar siempre un poco más cuando hayamos encontrado un mal lugar para dormir.




Al otro lado de la montaña, ya dejado atrás el turístico pueblo de Szklarska Poręba, descubrimos otro mundo. En primer lugar, luce el sol, durante unas horitas al día incluso nos quitamos las chaquetas. Y aunque ya sabíamos que los polacos son gente especial, alegres y dicharacheros, no nos esperábamos que todo el mundo hablara con nosotros. El único problema es que lo hacen en su lengua, y el inglés aquí funciona igual que el chino. Así que tomamos la decisión de contestar en español a cualquier comentario polaco. Lo más increíble de todo es que llegamos a entendernos. Durante el tiempo que esperamos a que pase una tormenta de granizado en una mesa a cubierto en una carretera que atraviesa un bosque, dos coches paran para hablar con nosotros. El primero nos pregunta algo así como “chezcheschechvejahcheyecheche”, a lo que Gabi responde “espera, que tengo un mapa”, y así se entienden entre ellos, el hombre se sitúa y tal vez tome la dirección correcta. El segundo hombre que se para hace salir del coche a su hijo, en medio del tormentón, para que haga de intérprete en un escueto pero eficiente inglés y así saciar su curiosidad. Polonia es un país interesante, de comida barata, deliciosa y abundante, donde puedes encontrarte con las situaciones más disparatadas. Cuando hay un polaco de por medio, como ya comprobamos con la familia que nos paseó por Suiza en furgoneta, es altamente probable que los acontecimientos tomen rumbos alternativos. En Chequia pudimos observar un campeonato de perros ovejeros. Al día siguiente, es un cerdo rechoncho el encargado de pastorear las ovejas en Polonia para cruzar la carretera y llevarlas al redil. 



Nosotros también ponemos de nuestra parte: al contrario que Chequia, Polonia no es precisamente un lugar ideal para viajar en bicicleta. Las carreteras no tienen arcenes, sino rompeolas de asfalto; los conductores parecen no ser conscientes de cuánto mide su vehículo, o quizá lo sepan demasiado bien; los caminos para bicicletas son más inescrutables que los de Dios… y con estos antecedentes decidimos confiar en el mapa de carreteras y seguir lo que parece ser una pista forestal. Y bosque hay, pero pistas, lo que alguien entendería por camino apto para recorrer con un vehículo con ruedas, yo no las veo por ningún lado. Eso sí, ambos lados del camino de cabras están repletos de arbustos cargados de moras y frambuesas en su punto, los “berris” más dulces que jamás probaremos en nuestra vida. Recorremos dos kilómetros, contemplamos el panorama de barro y piedras alfombradas sobre una pendiente empinada. Aún podemos volver atrás, tomando la carretera que nos lleva hasta un lugar llamado Kolonia Gai, pero las decisiones desacertadas son las que generan anécdotas, y hemos venido hasta aquí para vivir aventuras. Así que durante toda la mañana del día siguiente, empleamos unas cinco horas en recorrer 10 km, más atrapados por el embrujo de las moras que por lo pedregoso del camino. Cuando estamos llegando a la cima y un hombre nos adelanta caminando, ya nos hemos dado cuenta de que no era la mejor idea. Lo bueno es que ahora solo queda bajar. Y seguramente lo hubiéramos hecho más rápido si no nos hubiéramos perdido.



Durante estos tres días en Polonia hemos recuperado un poco el humor que habíamos perdido en algún lugar de Chequia. Tal vez nos lo habíamos dejado (junto a las gafas de Gabi) en aquella parada de autobús situada junto a un charco, que un camión se encargó de vaciar sobre nosotros cuando pasó al lado. Vamos camino de Sumperk, donde nos espera Radomir con la promesa de hacer algo diferente: ver un torneo de hockey sobre hielo. Un poco saturados ya de bicicleta, la perspectiva de hacer algo distinto es una motivación extraordinaria. El jarro de agua fría viene cuando, a escasos 10 km de Sumperk nos encontramos con la versión checa del “route barrée”: nuestra carretera está cerrada porque han organizado un rally. Gabi mira el mapa y anuncia que ya no hay bajada sino subida, ya que el desvío continúa durante kilómetros montaña arriba. Se nos cae el alma a los pies, donde hace compañía a los macarrones que, después de cocidos, se han ido al césped. Por si fuera poco, un nubarrón gris tapa el sol y amenaza tormenta. 



Comemos, recogemos, discutimos y empezamos a subir la montaña. Medio kilómetro después confirmamos que el mayor talento de Gabi no es leer desniveles sobre el mapa y emprendemos la bajada por una carretera decorada por un hombre demasiado enamorado y con demasiado tiempo libre, que se había dedicado a pintar corazones casi hasta llegar a Sumperk. Vamos tan rápido que dejamos la nube y el mal humor atrás, y aún nos sobran dos horas para ver la ciudad hasta que Radomir salga de trabajar. Aunque el hombre apenas tiene tiempo para nosotros, no puede ser mejor anfitrión y disfrutamos el fin de semana aprendiendo sobre el deporte estrella en la República Checa. Nos regala un juego de viaje que incluye el backgammon, ajedrez, damas y parchís, y que será un compañero más de viaje en el futuro (más próximo que lejano), cuando el frío y la lluvia nos obliguen a pasar más tiempo a cubierto que pedaleando.



Estas últimas semanas en Chequia han dejado el ánimo minado. Necesitamos un descanso, y tenemos la oportunidad de pasar diez días en una granja de cabras de Eslovaquia. Incluso Gabi parece que sufre con la bicicleta, está cansado y pedalea siempre detrás de mí. Es lo que tiene viajar con una rueda pinchada durante un par de días y no darte cuenta. Desde lo alto de la colina, mientras Gabi repara la cámara, tenemos tiempo de contemplar los Cárpatos Blancos: Eslovaquia se abre ante nosotros con una gran carta de presentación. Pero si hasta ahora nos había quejado de mal tiempo, no tenemos ni idea de lo que nos espera en tierras eslovacas… al fin y al cabo, este es el verano más lluvioso.

1 comentario:

  1. Me ha encantado la foto de la babosa. Dice Adolfo, el gallego que está yendo con su bici a China, que "viajando en bicicleta se pueden ver caracoles". Voy a escribirle y decirle que yo creo que ha pasado muy rápido por Europa, que aquí, como tú y yo sabemos, sólo se ven babosas, y a cientos!

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