domingo, 21 de diciembre de 2014

LA LIBERTAD EN TRES SENTIDOS



     La libertad del ser humano ha de ser triple: libertad de palabra, libertad de acción y libertad de pensamiento. Ese era el lema del batallón de Davor, soldado croata que ha vivido conforme a ello con la firme convicción de que el amor universal y el pacifismo nos harán igualmente libres.

    Creíamos que el horror ya había agitado lo suficiente Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Probablemente nadie pensaba en la posibilidad real de que un nuevo conflicto bélico pudiera sacudir el viejo continente, que parecía haber superado su tendencia a los genocidios, que creía ingenuamente haberse despedido del derramamiento de sangre entre hermanos, que quería creer que ya no mandaba la pólvora sino el comercio pacífico. Era una mentira que apenas se sostenía y que se escurrió entre los dedos de Tito cuando falleció sin dejar resuelto un conflicto secular en el espejismo que concibió bajo el nombre de Yugoslavia.

Uno de tantos, Croacia.



    Croacia empezaba a gozar de los beneficios del turismo que atraía especialmente a austríacos, italianos y alemanes a sus costas de aguas cristalinas. Davor recuerda las caras de pavor de aquellas familias que vieron, durante sus vacaciones del  `91, cómo se apostaban barricadas y nidos de ametralladoras en las terrazas donde el día anterior habían estado ofreciendo café turco. 

    Se enroló en el ejército yugoslavo aún en tiempo de paz con apenas 18 años, pero tuvo la madurez suficiente de comprender que estaba en el bando equivocado el día en que corrió la noticia de que el ejército había matado a doce policías croatas que viajaban en un autobús en la ciudad de Borovo Selo. Él estaba en Serbia, demasiado lejos de casa, pero el miedo no le amilanó para desertar. Durante los siguientes días hubo de tomar catorce trenes, cambiando de tren en cada estación para evitar ser localizado por sus superiores. Calcula que durante todo el conflicto llegó a acumular más de medio millón de kilómetros en su petate haciendo autoestop de manera clandestina, tomando carreteras secundarias, durante la noche, conduciendo sin luces para no poner en peligro a los otros ocupantes del vehículo. Cuando regresó a Croacia estuvo a punto de ser apaleado por uno de sus compatriotas, que le tomó por el enemigo porque aún llevaba puesto el uniforme del ejército yugoslavo. 

    No pasó mucho tiempo fuera de servicio. Decidió no seguir siendo un espectador de la guerra de Croacia la tarde en la que, sentado junto a su madre alrededor de la mesa mientras tomaban algo de comer, un barco bombardeaba desde la línea de costa su ciudad natal. No tardó en enrolarse en el recién creado ejército croata.

    Una noche de permiso conoció a la mujer de su vida en una discoteca. La que empezó siendo novia de su amigo acabó siendo su esposa en apenas un mes. Aquella noche le dijo que era soldado, que no tenía derecho a pedirle nada, pero que si en la siguiente luna ella seguía disponible, la llamaría. Ella le esperó y él corrió del frente directamente a su puerta, aún con el uniforme sucio, la cara cruzada de franjas negras, las armas encima y el olor de la guerra en su ropa. No sabe si por amor o por la impresión de abrir la puerta a un militar de dos metros de esa guisa, no pudo decirle que no cuando este le pidió su mano, en el trayecto de 200 metros que había entre su casa y la de sus padres. 

    Davor la llevó al altar y, dos décadas después, ella lo llevó ante el tribunal. Lo acusaba injustamente de no pasar la pensión a sus dos hijos, al poco de haber perdido al que iba a ser el tercero. El detonante, lo que apagó la llama para siempre, fue que una amiga del soldado le había dejado las llaves de su casa durante una semana para que él y sus hijos disfrutaran de la nieve mientras ella estaba de viaje. Su mujer sospechaba algo más que amistad: “¿Qué persona normal deja las llaves de su casa a alguien con quien no tiene una relación?” 

    El banco le embargó todos sus bienes y le retuvo la práctica totalidad de su salario, dejándole el equivalente a siete euros para malvivir mensualmente. Paradójicamente, aquello le salvó la vida, la miseria evitó que alimentara el cáncer que le habían detectado. Durante los siguientes siete meses recorría en bicicleta 100 km de ida y vuelta para comprar unos céntimos más barato el maíz para palomitas y los polvos de Cedevita (una especie de Tang muy popular en Croacia), su único sustento durante aquel tiempo. La cirugía fue un éxito, el cáncer remitió y los bancos aflojaron en sus exigencias, pero nunca volvió a ser el mismo. El vacío que siempre había sentido en su interior dejó de atormentarle. Cuando se percató de que ya no tenía nada, sintió la plena libertad del que sabe que nadie podría arrebatarle lo inmaterial. Descubrió a Dios, a Quien antes pedía y ahora agradece. 

    Aquel soldado que luchó por la libertad, por su familia, por su patria, ahora planea un viaje alrededor del mundo en bicicleta. Cuando observes a un ciclista, a un viajero, en plena ruta, es difícil escudriñar a simple vista cuáles son sus motivaciones, cómo comenzó con esta dulce locura. Davor es, precisamente, ese tipo de persona no muy normal que deja la llave de su casa a un desconocido.

2 comentarios:

  1. impresionante y muy bien escrito relato..... clap.. clap....

    ResponderEliminar
  2. gracias por escribir y compartir. que buena historia. espero encontrar muchos de esos locos viajando.

    ResponderEliminar