Pedalear bajo cero puede resultar divertido. Las manos están aún
calientes dentro de los poguis, cubiertas solamente con unos finos guantes de
lana sin dedos. Los pies hacen lo que pueden con tres pares de calcetines y en
la alforja aún están esperando los pantalones térmicos y el abrigo de invierno.
Por la noche, la solución de meter un saco de verano dentro de uno de primavera
da resultado. La tienda también nos aísla del exterior. Bajo nuestro techo de
tela siempre estamos sobre cero y a veces, en mitad de la noche, hasta tenemos que
quitarnos capas de ropa. De momento vamos bien, pero hay un nombre que no deja
de repetirse en la boca de quienes nos encontramos por el camino; cuando un
viento tiene nombre (como nuestros viejos amigos, el Cierzo y el Mistral) es
digno de ser tenido en consideración, pero en el caso del Bura, debería tener hasta
apellidos. Oriundo de Rusia, reparte su aliento gélido por Europa, cubriendo el
continente de un manto blanco. Cuando llega a la costa croata, la masa de aire
frío choca con el Velebit y huye ladera abajo cuando lo sobrepasa, surcando la
costa con furia. Frane nos contaba que hace unos años el Bura vino huracanado,
con rachas de más de 200 km por hora, y en aquella ocasión había visto a una
mujer volando por las calles de Split. En el interior, el frío siberiano
convierte a los valles croatas en una continuación de la estepa. Cuando pasemos
por Gospić tendremos suerte por ver el mercurio sobre cero, pero Danka nos dice
que hace pocos inviernos, en ese mismo lugar, se alcanzaron los 29 grados bajo
cero, en la misma época del año.
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Pelete y todo congelado. |
Aun cuando allá por Hungría decidimos poner rumbo hacia la costa, todavía
considerábamos la idea de adentrarnos por el interior de los Balcanes, quizá
recorrer las grandes montañas del parque nacional de Durmitor, pasando previamente
por Sarajevo y Mostar. Aunque nos dolía haber perdido la oportunidad (de
momento) de conocer Rumanía y Bulgaria, pensábamos que el interior podía ser
más auténtico que la turística costa del Adriático, donde la Jadranska
Magistrala es una de las carreteras mejor conocidas por los cicloturistas que
visitan Croacia. Hacía frío, pero no tanto como para que nuestro instinto de
supervivencia, atrofiado por los suaves inviernos en España, se percatara de la
urgencia de nuestra decisión. Lo que no esperábamos era encontrar cisnes en el
Adriático.
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Diciembre anómalo en Slunj... con nuestro hermano croata, Frane. |
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Rastoke, el pequeño Plitvice. |
Pero aún teníamos que hacer otra parada antes de correr hacia el mar:
no podíamos dejar Croacia sin visitar los famosos lagos de Plitvice,
posiblemente uno de los lugares más bellos de Europa. Durante el resto del año,
hordas de turistas pagan una carísima entrada para hacer las mismas fotos por
encima de las cabezas y mochilas de las masas que atiborran el lugar. En invierno
la entrada no es tan cara, y más barata aún habría salido si hubiéramos sabido
de antemano que poco después de la recepción del parque podíamos haber dejado
las monturas en el bosque y haber entrado por los caminos que se abren a mano
derecha desde la carretera. Pagamos la entrada al personal más antipático que
pueda emplearse en un parque nacional y mientras candamos las bicis vienen a
saludarnos una pareja de eslovacos que, casualidades de la vida, son amigos de
Jan y Evit, la pareja que nos acogió en Banska Bystrica. También ellos están
disfrutando de una luna de miel alternativa, viajando por Europa con su viejo
coche, lleno de bártulos, comida, útiles de acampada y bicicletas. Os enseñaría
la estampa de los viajeros, pero alguien muy lejos de aquí tiene las fotos y no
creo que tenga intención de difundirlas. Después de una hora de cháchara con
intercambio de consejos turísticos y no tan turísticos, nos despedimos y
bajamos a los lagos. Desde la carretera ya habíamos intuido la majestuosidad de
las cataratas y el color turquesa del río Koruna que alimenta los molinos de
agua de Rastoke (la pequeña Plitvice). Pero caminar junto a los lagos, dejarse
salpicar por los saltos de agua y hacerlo además en absoluta soledad es una
experiencia maravillosa. Aún embobados por la belleza del lugar, paramos en el
pequeño puerto a orillas de un gran lago, esperando el barco que nos había de
llevar hacia la salida. Hacen lo mismo un padre con su hijo, tres japoneses y
una pareja de enamorados que, junto con el camarero y más tarde el capitán del
barco, somos las únicas personas que quedan allí. Dejo la cámara sobre una
mesa, con la intención de ver más tarde las fotos del día, mientras nos comemos
una manzana. Pero vemos el barco que ya llega, y con la emoción nos olvidamos
la cámara en la mesa. Me doy cuenta en el barco, apenas dos minutos después, y
vuelvo corriendo al lugar del delito, donde la cámara ya ha volado. Pregunto a
cada una de las personas que antes he citado, pero uno de ellos no me dice la
verdad y este año se ahorra el regalo de reyes. Durante los siguientes días no
dejaré de darle vueltas a ese momento de estupidez, y muchas noches se repetirá
en sueños la misma situación. Le sigue la resignación, hacer dibujos a mano y
tomar fotos con el móvil hasta que encontremos una solución.
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Rastoke. Plitive era como esto, pero sin casas, más grande, más azul, más asiáticos y más agua :D |
Esa noche acampamos en un lugar especial, un bosque especialmente bello
dentro del parque nacional, rodeados de blancas piedras recubiertas por musgo. El
paisaje comienza a cambiar ligeramente, los bosques de haya y roble ya no son
tan densos, y la tierra deja ver su esqueleto pétreo. El camino a Gospić,
capital de la región más despoblada de Croacia, nos sorprende por su escasez:
no hay pueblos, no hay coches, no hay árboles, sólo pradera y piedra, y sin
embargo la montaña es embaucadora, no quiere que la abandonemos por la costa. Cuando
llegamos a la ciudad paramos para buscar una Pekarna (pastelería) abierta para
almorzarnos un burek de queso. Apoyamos las bicis sobre una pared, y mientras
hacemos cuentas para ver si tenemos suficiente dinero, una mujer se asoma por
la ventana del edificio sobre el que hemos apoyado las bicis y nos grita algo. Al
principio no la entendemos, creemos que se ha enfadado por haber dejado ahí las
bicicletas, pero en seguida nos sonríe y nos invita a subir a su casa para
tomar algo calentito y comer algo. Así conocemos a Danka.
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Nuestra madresita Danka. Preside el café turco. |
El haber coincidido en Gospić es pura casualidad, ya que Danka vive en Serbia
desde hace más de veinte años, pero ha tenido que volver a esa casa por una desgracia
familiar. La cercanía de las fechas navideñas hace aún más difícil la distancia
con sus hijos, a los que echa tanto de menos que nos adopta a nosotros por una
noche. Nos invita a un burek, nos da de comer y de cenar, nos regala cosas para
el invierno, pero el mejor presente es haberla conocido, sentir que ahora
tenemos familia en los Balcanes. Gospić, otro lugar marcado en el mapa con una
marca especial.
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Velebit. Esa mole es lo único que nos separa del mar. |

Ahora ya solo nos separa un muro de la costa, una masa montañosa
llamada Velebit, una cordillera que se pliega y se eleva en paralelo al
Adriático a lo largo de casi 150 kilómetros, y cuyo paso más bajo se encuentra
a mil metros de altitud. Iniciamos un lento descenso, ya acostumbrados a las
suaves pendientes croatas, tan distintas de las criminales inclinaciones
eslovenas, y nos emocionamos cuando divisamos desde la altura la desértica isla
de Pag, el mar, el calor, una nueva etapa en este viaje. Dejamos caer las bicis
durante dieciséis kilómetros sobre una carretera tan bien hecha que no hay que
tocar ni freno ni pedales. Un nuevo cambio en el paisaje: se acabaron los
bosques de frondosas, llegamos al reino de las plantas aromáticas, de los
olivos y los naranjos, de los bosques de pino y de encina. ¡Qué diferente
nuestra primera noche en la costa! ¡Qué calor pasamos con los dos pares de
sacos! ¡Y qué difícil encontrar un lugar plano y sin rocas para acampar!
La gente, una vez más, vuelve a sorprendernos en la turística costa del
adriático, donde vemos innumerables letreros de sobe (alojamiento) y campings
esperando épocas más propicias. No pasan más de cinco minutos entre coche y
coche que saluda, que pita, que nos desea feliz Navidad. En uno de los
diminutos pueblos que se encajona en la costa paramos en el supermercado para
comprar algo de verdura fresca, pero lo único que tienen es comida preparada,
enlatada o chucherías. Sin embargo, no nos marchamos con las manos vacías, ya
que mientras descandamos las bicis un hombre se acerca y nos regala un par de
tabletas de chocolate. Nos vienen bien para recuperar fuerzas y darnos prisa
para llegar a la ciudad de Zadar antes de que cierre todo por Navidad para
poder comprar otra cámara, aunque durante los días siguientes acusaremos el
exceso de kilómetros. Las ciudades quizá no sean tan amables como los pequeños
pueblos costeros, pero sus cascos antiguos son una especialidad: Zadar, Trogir,
Šibenik, los Kastela son lugares en los que preferimos perder todo el tiempo
que sea necesario. Recuperamos un poco del turismo cultural que en los últimos
meses se había limitado sobre todo a turismo natural.
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Zadar. |
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Zadar. |
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Por las calles de Trogir. |
En uno de esos pequeños pueblos paramos a comer algo el día de Navidad.
Son días especiales, y nosotros hemos celebrado la Nochebuena en una cantera
abandonada, dándonos el pequeño gran lujo de haber adquirido unos ñoquis y
queso de estilo parmesano, a modo de banquete. Estamos sentados en un banco de
Pirovac, comiendo cacahuetes y bebiendo el té que guardamos en el termo esta
mañana, contemplando la pareja de cisnes que nada junto a los barcos del
puerto. Imposible no pensar, no recordar años anteriores, no traer a la memoria
a quienes ya no están con nosotros. Imposible no verter un poco más de agua
salada al mar.
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Nochebuena en la cantera. |
Cuando estamos a punto de irnos, se nos acerca el camarero del bar de
enfrente, diciéndonos que alguien quiere invitarnos a tomar algo, así que le
acompañamos encantados. Zeljko vive a caballo entre Estados Unidos y Croacia.
Motero viajero, emprendedor y gran persona, lo que empezó siendo una invitación
a un café acaba siendo una proposición para pasar el día de Navidad con su
familia, disfrutar de una buena comida, ducha y cama calientes. Al día
siguiente, mientras nos invita a desayunar, nos dice que al pasar por Šibenik
no dejemos de ir al café Maron, justo enfrente de la estación de trenes, donde
con un poco de suerte podríamos vernos otra vez. Aunque no llegamos a verle por
poco, allí nos están esperando sus amigos, que nos reciben emocionados con
nuestra historia, incluso nos hacen una pequeña entrevista que saldrá en el
periódico local. Seguimos nuestro camino, y mientras aún continuamos asombrados
por la generosidad de estos eslavos con acento italiano, comiendo los bocatas
que nos ha preparado Robert (uno de los amigos de Zeljko), se acerca un hombre
a preguntarnos si es verdad que estamos dando la vuelta al mundo en bicicleta y
nos da un billete de cien kunas (unos quince euros) ¡diciendo que son para
cervezas!
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Los pequeños de Zeljko. |
Obedeceremos, al menos en parte, a nuestro último benefactor comprando
unas Karlovacko en Kastel Luksic, donde Frane tiene una casa que estará vacía
en Navidad. Nos dice dónde encontrar las llaves y aquí podemos refugiarnos de
la furia del Bura, que deja el temporal más frío en los últimos diez años. Slunj,
donde estuvimos hace un par de semanas tomando un café en la terraza,
disfrutando del solecito en manga corta, ronda los -20ºC, y Gospic alcanza los
-17ºC. Desde la costa observamos las montañas nevadas.
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Recuerdos del Bura desde Kastel Luksic. |
Así, casi sin darnos cuenta, se nos acaba el año. Tenemos la impresión
de que nuestro tiempo es de la misma calidad que el de Macondo, cuando Úrsula
se percató de que ya no era el que fue… las hojas del calendario parece que
caen cada vez más rápido, y ya hace ocho meses que salimos de casa. El 31 de
diciembre aparece Frane por casa en visita relámpago, y celebramos la
Nochevieja disfrutando de una nueva receta, ¡un descubrimiento saber que
podemos hacer pizzas con nuestro hornillo y juego de cacerolas! Son quizá las Navidades
más austeras, regadas por una botella de vino de dos litros en envase de
plástico, jugando a un Carcassonne hecho a partir de una baraja de cartas,
caminando dos kilómetros para poder conectarnos de manera gratuita a internet… pero
nos sentimos inmensamente ricos.
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¡Carcassone casero! Horas de diversión aseguradas! |
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Pizzas de hornillo, super cena de Nochevieja :) A ver si salen así de bien en ruta... |
¿Es posible que apenas unos días atrás estuviéramos preocupados por una
cámara de fotos? ¿Puede alguien sentirse desafortunado por haber perdido algo
material cuando recibe tanto bien intangible, tanto cariño, tanto ánimo, tanta
ayuda desinteresada? Pensábamos que iríamos a la turística costa, donde el
dinero ha sustituido la humanidad. No contábamos con encontrar tanta gente
dispuesta a ayudar, a ofrecernos cobijo, a regalarnos un burek o una sonrisa,
tantas personas bellas. No sabíamos que podría haber cisnes en el Adriático.
Espectacular !! La verdad que le echais valor, con lo poco que nos gusta a nosotros el frio para ir en bici.
ResponderEliminarQue mala suerte lo de la camara de fotos, pero es que tiene que ser muy dificil en un viaje tan largo estar siempre alerta.
Saludos y a seguir así.
Al frio todo es acostumbrarse y tras tanto tiempo rodando igual es que ya nos hemos hecho ello :)
EliminarLa camara... siempre será un mal menor, algo material, algo reemplazable. Y al final es que viajando en bici uno siempre se expone y sabe que tarde o temprano algo acabará desapareciendo.
Gracias!
Qué buena pinta tienen esas pizzas!! Y qué clásico lo de la cámara. Yo ya me la he dejado dos veces atrás, y las que vendrán, pero he tenido más suerte al volver a por ella. Me alegro de que por fin estéis yendo hacia el sur, a nosotros nos ha atrapado la nieve cerca de Estambul. Inesperado. Definitivamente, los patrones del tiempo están cambiando... Que sigáis igual de ricos!! ;)
ResponderEliminarLa gente en general es buena y honesta, la gran mayoria! Lo malo sucede cuando se juntan el despiste y la excepción a la regla. Suerte que la gente seguirá siendo buena y tu cámara seguirá donde la dejaste ;)
EliminarY eso de camino hacia el sur no se yo... seguimos con la brujula escacharrada y sin rumbo fijo :)
Joer, me he leido el blog entero del tiron, peazo de viaje, flipante la manera de contarlo, espero la siguiente entrega con impaciencia.
ResponderEliminarSaludos desde Albacete y que sigais asi de fuertes animicamente.
Un abrazo de Alberto (albadurango en Rodadas)
Leyéndoos qué cobardica me veo. Suerte!!!!
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