miércoles, 22 de octubre de 2014

LA CABRA TIRA AL MONTE



    No hay mejor descanso que trabajar en una granja de cabras con solo una cabra. Cuatro meses después de que saliéramos de casa, con más de 5.000 km a las espaldas, no viene mal aparcar la bici por una temporada. Si además la bici puede relajarse en la cuadra de Katrien, mucho mejor. Encontramos este paraíso eslovaco a través de la página de Workaway, que pone en contacto a trabajadores voluntarios con gente que necesita ayuda con alguna tarea (que puede ser enseñar inglés a la familia, hacer las camas en un hotel en la playa, cuidar de los perros en vacaciones o incluso construir una casa). El voluntario no percibe ningún tipo de compensación económica, pero a cambio suele recibir comida y alojamiento. Por tanto, es una gran oportunidad para aprender por el camino y sentirnos útiles por primera vez en mucho tiempo.

La manada.


    Nuestra granja es en realidad una casa de campo situada en lo alto de una colina en los Cárpatos Blancos. Aquí convivimos con un par de gatos, un perro, una cabra, cuatro gallinas y tres caballos. Katrien vive en este lugar con su hijo de quince años siguiendo los principios de la permacultura, cultivando su huerta de un modo tradicional y completamente ecológico, preparando su propio pan, queso y conservas, con un modo de vida prácticamente autosuficiente. Consigue todo lo que necesita de la propia tierra y de los ingresos que obtiene alquilando una casita adjunta a la granja como Bed & Breakfast. 

Katrien.

    Cuando llevamos aquí una semana, mientras preparamos queso, me dice medio en broma medio en serio si no nos gustaría quedarnos por aquí un mesecito para que ella pueda ir a España a terminar el Camino de Santiago, que empezó hace mucho pero dejó a la altura de Logroño por un dolor insoportable de pies. Un último desafío para una mujer que hace veinte años recorrió Europa de lado a lado caminando durante doce meses. A pesar de que octubre todavía puede ser un buen mes para pedalear por Centroeuropa, preferimos renunciar a visitar los Cárpatos ucranianos para descansar durante una temporada en este idílico lugar. Pero antes de que Katrien tome el vuelo a España y por azares del destino, duerma en nuestro sofá, sus padres vienen a Brestové para continuar con la tarea de reforma en la casa, así que tenemos dos semanas “de vacaciones” antes de volver a nuestra vida de granjeros. En principio nos planteamos gastar esos 15 días haciendo otro voluntariado, tal vez en la casa de paja que están construyendo nuestros vecinos, o quizá en otra granja de cabras en el norte de Eslovaquia. Finalmente, nuestro espíritu nos puede y regresamos a la carretera, en un viaje más accidentado de lo que podríamos haber imaginado.

La granja de cabras con una sola cabra.
    Cuando salimos de la granja y nos dejamos caer ladera abajo, el sol nos quema en la cara. Hace tiempo que no nos fiamos del pronóstico del tiempo, así que directamente ya no lo consultamos… si bien algunas veces no estaría de más. Hemos trazado una ruta por la mitad oeste de Eslovaquia que nos va a llevar a los castillos más famosos del lugar, o eso pensamos. Disfrutamos de una mañana estival hasta que llegamos a las inmediaciones del castillo de Čachtice. Los mismos muros que hoy admiramos con curiosidad, y de los que apenas quedan ruinas, fueron contemplados en otro tiempo con terror, y es que la señora del castillo convirtió aquel lugar en un escenario de pesadilla. La bella condesa Elizabeh Bathory no podía sencillamente resignarse a envejecer. Cuenta la leyenda que un día, mientras una criada le peinaba, le dio un tirón en el cabello. La condesa, furiosa, le propinó un golpe en la cara, del que comenzó a sangrar. La sangre que brotaba del corte salpicó el rostro de la duquesa, quien, al limpiar la mancha, creyó descubrir que la zona de la cara sobre la que había goteado la sangre se mostraba ahora más tersa y joven. Entonces se le ocurrió que la fuente de la eterna juventud podría estar en la sangre de las doncellas, locura que fue alimentada por los consejos de las brujas de las que se rodeó. Durante años se dedicó a torturar y desangrar a un inimaginable número de muchachas (sus enemigos hablan de más de 600) hasta que fue descubierta y condenada a ser emparedada en la muralla del mismo castillo donde había cometido los asesinatos. 

Lo que fue el hogar de la sanguinaria Bathory
    Con el buen tiempo, la distancia y la ignorancia, las ruinas del castillo de Čachtice se erigen hermosas sobre la colina. A sus pies discurre un río al lado del cual han construido un pequeño merendero cubierto con un lugar para hacer fuego, un pequeño sitio despejado de bosque al que se accede por un precario puente de madera. Tanto nos gusta el rincón que decidimos pasar allí el resto de la tarde en lugar de continuar hasta la ciudad de Nove Mesto, o al menos hasta la próxima gasolinera para comprar combustible y poder cocinar. Por suerte conseguimos hacer una hoguera a pesar de la madera mojada, al menos hoy comeremos caliente. Por la tarde el cielo se va encapotando; de madrugada, las gotas de lluvia repiquetean sobre el techo de la tienda. La mañana avanza, pero visto el panorama, decidimos no salir del saco todavía. Cuando ya empezamos a sentir hambre, reunimos fuerzas y salimos al diluvio. Volver al asfalto no parece la mejor idea, así que decidimos quedarnos un día más en el merendero, al tiempo que nos damos cuenta de que un ratón se acaba de comer un buen trozo de la alforja donde llevamos la comida. Perfecto para un día de lluvia. Tardamos unas horas agónicas para encender de nuevo el fuego con unos leños que chorrean agua, y poder comer algo más que pan y mermelada. Con la esperanza de que mañana salga de nuevo el sol, pasa la tarde y nos vamos a dormir. La fuerte lluvia y el viento apenas nos dejan dormir. 

Un ratón hambriento.

Día pasado por agua.
    Por la mañana Gabi abre las cremalleras para echar un vistazo al panorama, y me despierta con una pregunta que no me gusta nada: “¡La virgen! ¿Dejaste la bici bien candada?” Antes de que me dé tiempo a contestar, Gabi ha salido corriendo: el río se ha desbordado y menos mal que soy una paranoica y anclé la bici a un árbol fuerte que estaba alejado del curso. Solo que a estas alturas, el río se ha convertido en un torrente que amenaza dicho árbol y esconde las ruedas de mi bici, al otro lado del puente. Para llegar a la otra orilla y alcanzar de nuevo la carretera tenemos que meternos en el río, que baja arrastrando árboles, hasta la cintura. Recogemos lo más deprisa que podemos, escurrimos los sacos de dormir de agua y sacudimos la tienda de barro, y cruzamos al otro lado antes de que el río inunde por completo el lugar. 

Cuando llegamos, era un arroyo.
    Y hemos tenido suerte: nuestros amigos de Slow Ciclando, que también están disfrutando del temporal en los Balcanes, estaban tomando una cervecita a resguardo cuando de repente el agua empezó a entrar en el bar. Después de un buen tiempo achicando agua, volvieron con los peores sentimientos al camping donde estaban alojados, donde se encontraron flotando todas sus cosas, incluida una cámara réflex que intentaron revivir con baños de arroz. Tuvieron que esperar a que los bomberos les dieran permiso para pasar hasta que bajó el nivel de aquella piscina, cuyo nivel de agua llegaba a la cintura. No hubo demasiadas bajas, pero la tienda de campaña quedó como si hubiera sido atacada por un oso polar. 

Ingenios para secar la tienda.
    No podíamos imaginar que durante los siguientes cinco días la lluvia no nos daría una sola tregua. Tardamos casi cuatro días en llegar a Trencín, que está a 40 km de la granja de cabras. Solo a nosotros se nos ocurre seguir una vía ciclista en Eslovaquia con la que está cayendo, y que se resume en cuatro horas para recorrer 5 km, con barro hasta las rodillas. Una noche conseguimos encontrar un lugar a cubierto en las traseras de una urbanización, donde aprovechamos para poner la tienda de campaña sobre las alforjas, como si fuera un hórreo, y sacar el agua a cucharadas. Con los sacos de dormir no podemos hacer mucho más que estrujarlos una y otra vez para sacar toda el agua posible, pero dormimos arropados por una capa de plumas mojadas. Incluso la comida está mojada, por culpa de ratón que nos abrió una vía de ventilación en la alforja. El temporal hace mella en la moral y nos sentimos atrapados, porque no podemos darnos la vuelta y volver a la granja mientras esté de reformas, pero tampoco sabemos si seremos capaces de llegar a la casa de Jan y Evit en Banská Bystrica y volver a tiempo para que Katrien pueda coger su vuelo. Mientras comemos chucrut recalentado en una parada de autobús, tomamos la decisión de salir adelante; sabemos que si no lo hacemos así, luego nos arrepentiremos. 

A veces, la culpa es nuestra.

Y estas cosas nos habríamos perdido. Castillo de Bojnice.

    Trepamos por las montañas de la región central de Eslovaquia hasta el paso de Visyhrad. Una ventana de buen tiempo de una hora nos deja contemplar las cadenas de montañas que se suceden a nuestro alrededor, pero vuelve a oscurecerse el cielo con nubes no grises sino negras, y sabemos que no tenemos más que cinco minutos para encontrar un lugar. Empujamos la bici por la segunda colina más alta del lugar, justo a tiempo para que yo me refugie debajo de un árbol y Gabi se meta debajo del tarp, que ha anclado al suelo buscando un poco de cobijo. Alguien ha reventado las compuertas del cielo, y al temporal le acompaña un viento que nos hace temer por nuestra integridad. En la cima de la colina sufrimos las peores condiciones climáticas que se nos han presentado hasta ahora, hasta cinco tormentas seguidas nos aíslan uno de otro durante más de una hora. Cuando parece que las nubes ya se han gastado, nos damos prisa en montar la tienda para estar más cómodos que bajo el árbol o acurrucados debajo del tarp. Pero se repite la historia (esta vez es culpa nuestra) y una de las varillas de la tienda se raja. No hay tiempo para chapuzas, lo mejor es cortar por lo sano. Sacamos la navaja que nos regaló Albert y limamos la varilla hasta comernos la longitud que había avanzado la fisura. Cuando terminamos la operación ya es casi de noche, cocinamos a tientas y dejamos dentro de la tienda las cosas del desayuno, porque damos por hecho que por la mañana estará diluviando de nuevo. Y tenemos que decidirlo justo el día que hemos comprado el pan más asqueroso que se puede encontrar en Europa Central, con un penetrante olor a “algo indefinidamente rancio” que impregnará las paredes de la tienda durante días y días. Luchando contra los ascos, oímos en la lejanía el grito de un ciervo al que no le importa el temporal porque está ocupado en otros menesteres. Buena noche para disfrutar de la berrea, que no paró hasta las siete de la mañana del día siguiente en que, por supuesto, seguía lloviendo.

Preparándonos para soportar el chaparrón.

     Después de casi una semana a remojo ya no puedo más y le pido a Gabi que nos demos el lujo de dormir en un motel de carretera y aprovechemos para secarlo todo, la tienda, los sacos, la comida y los ánimos. Como si de una broma de mal gusto se tratara, esa noche no llueve, pero no faltamos a nuestra cita con el agua al día siguiente. Cuando llegamos a Banska Bystrica no podemos hacer otra cosa que disculparnos por convertir la casa en una secadora. Pero nuestros anfitriones nos entienden bien: el año pasado decidieron que la mejor forma de celebrar su luna de miel era recorrer Latinoamérica en bicicleta, para lo que se tomaron un año y medio en lugar de la quincena de rigor. Con ellos pasamos unos días que hacen que merezca la pena todo lo anterior: el fuego que no se enciende, la inundación, el agujero en la alforja, la berrea, los conductores eslovacos… todo queda como una simpática anécdota que los lectores disfrutan más que si les contáramos cosas bonitas. Cuando dejamos Banska atrás volvemos a tener la sensación de haber encontrado amigos por el camino, de estos que veremos de nuevo tarde o temprano. Pero es hora de volver a la granja, Katrien tiene que coger un avión.

Nuestro amigo Jan descorchando una botella.

Nuestra familia eslovaca.
    
Garrapatas, ¡venid a mí!
    La vuelta transcurre con mejor tiempo y no es tan accidentada. Disfrutamos durmiendo en las ruinas del castillo Pusty Hrad, en Zvolen, sin escuchar gotitas en el techo por primera vez en mucho tiempo. Cuando bajamos de la montaña no atinamos a coger el camino correcto y nos encontramos de repente enfilados hacia la autopista, a cuya entrada nos da el alto una patrulla de la policía. Les explicamos que no se nos había pasado por la cabeza meternos en ese lío voluntariamente, pero que las carreteras están mal señalizadas y cuando vimos el primer aviso de autopista también era el último. Después de dibujarnos un croquis para salir de allí (y de advertirnos de que la multa por no llevar el casco es de 20€ en Eslovaquia), pararon el tráfico del sentido contrario para que pudiéramos escapar del atolladero. Los agentes del orden nos están tratando bien por estas tierras. Por la noche, un guardabosque nos advierte de que estemos alerta en el lugar que hemos escogido para plantar la tienda, ya que por allí merodean los osos. Aunque lo único que nos da miedo es que el olor a animal muerto que hay en el ambiente vaya a suplantar al del pan rancio que ya solo era un mal recuerdo. 

Pusty Hrad, Zvolen.

    Continuamos el viaje sin incidencias hasta que, dos días antes de regresar a Brestové, se me ocurre la genial idea de hacer malabarismos sobre una piedra de granito inestable. La roca se desliza, me caigo y una arista se lleva un trozo de dedo gordo del pie (porque a todo esto, hasta que el mercurio no caiga seguiremos llevando chancletas). La herida sangra profusamente, y subir una montaña al día siguiente no ayudará mucho al proceso de cicatrizado, pero esto será un mal menor en el maltrecho pie izquierdo.
Nos despedimos de Katrien y nos preparamos para la vida ermitaña del granjero en una granja de cabras con solo una cabra. Sin embargo, serán días cargados de vida social. La primera semana que estamos aquí nos visita Kathy, la madre de Gabi, y yo estoy tan contenta que le doy una patada al candado de la bici con los pies descalzos y me rompo el dedo pequeño del mismo pie que se está llevando todos los golpes. Esto me obliga a tomarme con más calma mis tareas de granjera, pero no nos impide disfrutar de las visitas de y a los vecinos. Cuando se marchan los dos voluntarios que han venido a ayudar a los vecinos con la casa de paja y que han vivido con nosotros durante diez días, Monika cuidará de nosotros. Esta energética mujer estuvo viviendo muchos años en Elche y habla español mejor que nosotros. Se ocupa de que nos sintamos como en casa y nos presenta a todo el vecindario. Suska, Vlad, Roman, Janko, Kaja, Barborka, Drahuska, Maria,… Eslovaquia es un país especial, no cabe duda. Un segundo hogar para nosotros, un sitio del que nos llevamos mucho pero que también nos ha arrancado algo que ha quedado para siempre en este valle de Hruba Strana.

Con Kathy, sufriendo las penalidades de la vida de granjeras.

Un ángel llamado Monika.

5 comentarios:

  1. Leíamos, leíamos y no podíamos creer todas las cosas por las que pasaron... nosotros nos quejábamos porque el día que nos tocó cruzar el brunig pass llovió sin tregua todo el día :P
    Fuerza, les deseamos mejor clima y rutas sin barro :)
    Saludos!

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    1. Ayyy! que me tiemblan las piernas solo de pensar en subir el Brunig por el lado que lo hicisteis vosotros... te acepto lo del mejor clima, pero lo del barro no, que es muy divertido :D Un abrazo enorme y suerte para vosotros también!
      Ainhoa

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  2. Qué bonito lo que estáis viviendo y qué bonito imaginaros... UN BESAZO MUY FUERTE AMIGOS!!

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