viernes, 30 de mayo de 2014

14 AÑOS EN UN CARRUAJE

   Judith y André antes viajaban en una caravana, como tantos otros. Pero en el año 1996 un encuentro casual iba a cambiar para siempre su manera de entender la vida. Junto a su vehículo a motor había parado un hombre que viajaba de una manera deliciosamente lenta y ecológica: en carruaje de caballos. Fue entonces cuando esta pareja decidió que iban a abandonar de cierta manera la civilización para tomar ese mismo camino, así que empezaron a preparar su gran viaje. Aprendieron carpintería, mecánica, técnicas para amaestrar caballos de tiro (que de poco sirven para hacer entender a un jamelgo que no puede avanzar cuando el semáforo está en rojo, o cuando le obligan a pasar por el puente colgante de Bilbao). El tiempo no les esperó y corrieron cuatro años hasta que tuvieron todo listo. En el regazo de Judith descansaba su hija mayor de dos años y la pequeña, de tan solo dos meses. Ni la reciente paternidad ni el hecho de tener menos de cien euros en la cuenta corriente habría de detener a esta pareja de holandeses que se encaminaba hacia la libertad.



    Durante catorce años, André Judith y las chicas han recorrido Holanda, Francia, España y Portugal a una velocidad media de 15 km/dia, dos horas al día como máximo para no agotar a los caballos. Puro arte sobre ruedas, el carruaje fue decorado y vuelto a decorar según crecían las niñas hasta que, finalmente, se hicieron demasiado mayores y fueron lo suficientemente adolescentes como para abandonar la litera que compartían con sus padres y reclamar para sí un carruaje propio. Esta vez, construido con sus propias manos.



    La familia de Roulotte-Papillote es gente con recursos. Durante un buen tiempo vivían de lo que conseguía Judith en las fiestas de los pueblos con su maquillaje de fantasía para niños. Por su parte, la profesión oficial de André es la fotografía, con la cual a menudo obtenían lo suficiente para comer. Para los caballos era todo más fácil, ya que ellos mismos se servían de la hierba que iban encontrando en el camino. Una vida dura, sencilla, sin lujos, que solo era alterada de vez en cuando por la guardia civil mientras viajaban por España. Problemas que terminaban cuando decían, dos o tres veces cada día, que eran holandeses haciendo el Camino de Santiago.



    Ahora, catorce años después de su partida, André y Judith han construido un gran carruaje que no puede ser arrastrado por caballos. Lo portátil se hizo inmóvil por el deseo de no cerrar ninguna puerta futura a las chicas. Aunque ambas han recibido una excelente educación de Judith, hablan varios idiomas y son especialmente maduras, han querido acudir a un colegio para formalizar sus estudios. Sabedores de su especial situación, buscaron un colegio de enseñanza libre, pero ninguno respondía a lo que ellos esperaban. Finalmente accedieron a escolarizar a las chicas en una institución al uso. El día de la entrevista con el director del centro, sin que se diera cuenta su madre, una de las niñas había cogido un bolígrafo y se había decorado con dibujos un brazo entero. Al primero paso para entrar al “mundo civilizado” ya se percató de que, a este lado del portal, el arte y la naturaleza no son libres. A pesar del dibujo, las chicas fueron aceptadas en el centro. Cuando el director le dijo que en adelante no podría hacer ese tipo de cosas en su colegio, ella le respondió que por qué. La pregunta, que el director tomó como una señal inequívoca de rebeldía (típica de alguien que se ha criado en dichas circunstancias) era en realidad una muestra de estupor y curiosidad por los motivos que encerraba la castración del arte.



    Su vida ciertamente ha cambiado. Tendrán que volver al sedentarismo, al menos durante los años que las niñas estén escolarizadas. De momento, un vecino de Marciac les ha cedido un pedazo de terreno para que se instalen allí, sin dejar de vivir con sus carruajes en la naturaleza. Pero no saben cuánto más estarán allí. Gracias a ellos podemos disfrutar un día con ellos y su amena conversación.



   Judith prepara una sopa, con una sonrisa enmarcada en cabellos de fuego:

-           -     La gente de hoy tiene miedo por todo. Pero sobre todo, tienen miedo de tomar la responsabilidad de llevar su propia vida. Dependen de los que ellos tienen por expertos: los médicos titulados, los profesores de escuela, los albañiles, los carpinteros, los peluqueros. No saben que ellos mismos pueden aprender a cuidarse. Los hombres tienen miedo de la libertad, y la han sacrificado por la comodidad. 

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