Judith y André antes viajaban en una caravana, como tantos
otros. Pero en el año 1996 un encuentro casual iba a cambiar para siempre su
manera de entender la vida. Junto a su vehículo a motor había parado un hombre
que viajaba de una manera deliciosamente lenta y ecológica: en carruaje de
caballos. Fue entonces cuando esta pareja decidió que iban a abandonar de
cierta manera la civilización para tomar ese mismo camino, así que empezaron a
preparar su gran viaje. Aprendieron carpintería, mecánica, técnicas para
amaestrar caballos de tiro (que de poco sirven para hacer entender a un jamelgo
que no puede avanzar cuando el semáforo está en rojo, o cuando le obligan a
pasar por el puente colgante de Bilbao). El tiempo no les esperó y corrieron
cuatro años hasta que tuvieron todo listo. En el regazo de Judith descansaba su
hija mayor de dos años y la pequeña, de tan solo dos meses. Ni la reciente
paternidad ni el hecho de tener menos de cien euros en la cuenta corriente habría
de detener a esta pareja de holandeses que se encaminaba hacia la libertad.
Durante catorce años, André Judith y las chicas han
recorrido Holanda, Francia, España y Portugal a una velocidad media de 15 km/dia,
dos horas al día como máximo para no agotar a los caballos. Puro arte sobre
ruedas, el carruaje fue decorado y vuelto a decorar según crecían las niñas
hasta que, finalmente, se hicieron demasiado mayores y fueron lo
suficientemente adolescentes como para abandonar la litera que compartían con
sus padres y reclamar para sí un carruaje propio. Esta vez, construido con sus
propias manos.
La familia de Roulotte-Papillote es gente con recursos.
Durante un buen tiempo vivían de lo que conseguía Judith en las fiestas de los
pueblos con su maquillaje de fantasía para niños. Por su parte, la profesión
oficial de André es la fotografía, con la cual a menudo obtenían lo suficiente
para comer. Para los caballos era todo más fácil, ya que ellos mismos se
servían de la hierba que iban encontrando en el camino. Una vida dura,
sencilla, sin lujos, que solo era alterada de vez en cuando por la guardia
civil mientras viajaban por España. Problemas que terminaban cuando decían, dos
o tres veces cada día, que eran holandeses haciendo el Camino de Santiago.
Ahora, catorce años después de su partida, André y Judith
han construido un gran carruaje que no puede ser arrastrado por caballos. Lo
portátil se hizo inmóvil por el deseo de no cerrar ninguna puerta futura a las
chicas. Aunque ambas han recibido una excelente educación de Judith, hablan
varios idiomas y son especialmente maduras, han querido acudir a un colegio
para formalizar sus estudios. Sabedores de su especial situación, buscaron un
colegio de enseñanza libre, pero ninguno respondía a lo que ellos esperaban.
Finalmente accedieron a escolarizar a las chicas en una institución al uso. El
día de la entrevista con el director del centro, sin que se diera cuenta su
madre, una de las niñas había cogido un bolígrafo y se había decorado con
dibujos un brazo entero. Al primero paso para entrar al “mundo civilizado” ya
se percató de que, a este lado del portal, el arte y la naturaleza no son
libres. A pesar del dibujo, las chicas fueron aceptadas en el centro. Cuando el
director le dijo que en adelante no podría hacer ese tipo de cosas en su
colegio, ella le respondió que por qué. La pregunta, que el director tomó como
una señal inequívoca de rebeldía (típica de alguien que se ha criado en dichas
circunstancias) era en realidad una muestra de estupor y curiosidad por los motivos
que encerraba la castración del arte.
Su vida ciertamente ha cambiado. Tendrán que volver al
sedentarismo, al menos durante los años que las niñas estén escolarizadas. De
momento, un vecino de Marciac les ha cedido un pedazo de terreno para que se
instalen allí, sin dejar de vivir con sus carruajes en la naturaleza. Pero no
saben cuánto más estarán allí. Gracias a ellos podemos disfrutar un día con
ellos y su amena conversación.
Judith prepara una sopa, con una sonrisa enmarcada en
cabellos de fuego:
- - La gente de hoy tiene miedo por todo. Pero sobre
todo, tienen miedo de tomar la responsabilidad de llevar su propia vida.
Dependen de los que ellos tienen por expertos: los médicos titulados, los
profesores de escuela, los albañiles, los carpinteros, los peluqueros. No saben
que ellos mismos pueden aprender a cuidarse. Los hombres tienen miedo de la
libertad, y la han sacrificado por la comodidad.
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