Mientras bajamos la Col d’Ispeguy, las lágrimas recorren mis
mejillas. Sería más romántico decir que es el llanto por abandonar la madre
patria y no saber si volveré a verla en varios años… pero en realidad el origen
de la llorera es la velocidad a la que bajamos los ocho kilómetros franceses de
la Col, velocidad que por otro lado no diré para no preocupar más a los
respectivos progenitores.
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Primeros kilometros en Francia, bajada de la Col de Ispeguy |
Ya desde los primeros metros de descenso pensamos que todo
es diferente en Francia: las rocas del paisaje, las flores, las señales de
tráfico, los horarios de apertura de las oficinas de turismo (a esto último no
habremos de acostumbrarnos, y al menos durante los primeros días nos será
imposible encontrar mapas detallados de las zonas a tiempo de amortizarlos).
Por suerte, los terribles precios que esperábamos, no asaltan nuestro monedero;
si acaso, la fruta y la verdura sí es más cara, pero la pasta y las legumbres
cocidas las encontramos más baratas. Como ya he mencionado en algún lugar de
este blog, tratamos de no consumir productos de origen animal, con lo que el
presupuesto se abarata bastante.
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Navarrenx |
Otra pequeña diferencia con respecto a España, es que en
Francia no hay guardia civil. Entre otras cosas, este detalle facilita la tarea
de buscar cobijo nocturno. Aunque en teoría la acampada libre está prohibida en
Francia, de hecho es una práctica común entre viajeros y pescadores, siempre
con un poquito de sentido común, un poco apartados de fisgones, que le dé poco
la luz del sol a la tienda y sin llamar mucho la atención. A pesar de ello, los
primeros días aún somos víctimas del miedo a que asome el tricornio y así, la
primera noche acabamos acampando en una carretera abandonada a la salida de
Saint-Etienne de Baigorri, que ya había sido descubierto con anterioridad por
un grupo de mujeres con esfínteres flojos. Asqueroso, pero en algún sitio hay
que dormir. A la mañana siguiente concluimos que el problema no era el cagadero,
sino el duro asfalto sobre el que habíamos tenido que poner la tienda. Al día
siguiente, cuando el sol ya no tiene fuerza para mantenerse sobre el cielo, nos
encontramos ante el mismo problema para acampar. Nuestros ojos españoles,
ejercitados por ese miedo ancestral a lo verde, no ven ningún lugar apropiado.
Nos habían contado que en Francia a veces es posible que el dueño de una casa
con jardín te deje acampar en el césped. Contra el deseo de Gabi, me acerco a
preguntar a una pareja que acaba de despedir a unos amigos, y que tienen buena
pinta. Media horita después, ya estamos instalados en el jardín trasero de
Lionel y Annemarie, a pesar de que nos insisten en que durmamos dentro de la
casa, en una pequeña habitación para invitados. Resulta ser un matrimonio
excepcional, que nos cuida con mimo las horas que pasamos con ellos, y que nos
preparan una cena y un desayuno de los que te hacen reponerte hasta del
esfuerzo que hiciste al nacer.
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Consultando rutas con Lionel y Annemarie |
Desde que salimos de Logroño estamos deshaciendo el Camino
de Santiago, o mejor dicho los caminos, que son innumerables en Francia:
Logroño, Jaca, Pamplona, Pau, Auch, Moissac, Figeac, Conques... Tenemos mucho
tiempo para viajar, ningún destino concreto y estamos abiertos a cualquier
consejo que nos ofrezca la gente con la que hablamos. En cierto modo, de igual
manera en que el Camino modeló el arte de los pueblos por los que pasaba, la
búsqueda del arte, la cultura y la historia están configurando nuestro propio
camino.
En un pueblecito cercano a Oloron nos esperan Pierre,
Stèphanie, sus hijos, un perro, dos gatos, gallinas, patos y un pajarillo
recién rescatado. Compartimos con todos ellos cuatro días y tres noches que nos
recargan las pilas. Los silencios incómodos son impensables con ellos, nos
dejan conocer un poquito de la ecología local francesa y nos invitan a probar
su tándem. Cuando nos vamos, sabemos que dejamos en aquella preciosa casita,
decorada por Stèphanie, unos grandes amigos que volveremos a encontrar en algún
momento del futuro.
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Pierre y Stephanie |
Por recomendación suya, viajamos camino a Marciac, donde
vive una familia de holandeses que llevan catorce años viajando en carruaje de
caballos. Con ellos también pasamos un tiempo perfecto (no en el sentido
atmosférico, ya que empiezan a caer duchas sobre Francia) y comprobamos que nuestra buena estrella sigue acompañándonos. Como si un ángel
de la guarda estuviera velando por nosotros, siempre que tenemos algún
percance, nos ocurre cerca de alguien que nos pueda ayudar. En este caso, la
mañana que amanecemos junto al carruaje, la pata de cabra de la bici de Gabi ya
no quiere continuar el viaje. Se han roto los dos tornillos que la anclaban al cuadro
y se han quedado dentro, así que se hace necesaria una “solución rusa”: a veces
bromeamos diciendo que hay tres formas de resolver los problemas mecánicos: a
la africana, a la rusa y a la alemana. La germana es la más limpia, técnica y
estética; la africana, la más rudimentaria; la rusa, la fuerte y definitiva.
André opta por la última, talla una línea sobre los tornillos quebrados para
poder sacarlos y amplía los orificios para cambiar los dañados tornillitos
alemanes por otro par de robustos tornillacos. Problema resuelto. Aun así, Gabi
se encapricha de un palo de madera que presuntamente va a usar como pata de
cabra (lo que sería la solución africana), pero que más bien emplea para atar
unos pañuelos de colores y secar calcetines.
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Nuevas tecnicas de secado de calcetines |
El camino a Pau lo bautizamos como de tipo 6-60: 6 km por
hora de subida, 60 km por hora de bajada. En tres días no disfrutamos de un
solo llano, la carretera está jalonada por empinadas colinas. Tanto que, casi
sin darnos cuenta, el cuentakilómetros nos marca 8.848 metros de desnivel
acumulado total, así que ¡subimos nuestro primer Everest en Francia! Y lo
hacemos con gusto. Lo que más nos asombra de Francia (aparte de la inmensa
cantidad de paté de animal espachurrado en las carreteras) es la belleza de sus
pequeños pueblos, cada región con su particularidad. Quedamos enamorados del
país vasco francés pero si hay un pueblo que nos ha encantado ha sido Laas.
Llegando a la villa, numerosos carteles anuncian el festival musical de la
Trashumancia, de relevancia internacional. Cuando llegamos a la plaza del
pueblecillo, encontramos extraños artilugios para conocer la situación del sol,
las estrellas, la luna, cuándo cae la Semana Santa… y un poste donde están
señalados a cuántos kilómetros de distancia están las principales capitales del
mundo con una inscripción central que reza: “Vous êtes ici: le centre du
monde”. Lionel y Annemarie nos cuentan que hemos atravesado el pueblo con la
megalomanía más preocupante de Francia. Prueba de ello es que su alcalde
pretende convertir el condado de Laas en un principado, y autoencumbrarse a sí
mismo como príncipe de Laas. De todo tiene que haber en el mundo. Vive la
France!
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Laas, el centro del mundo |
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