Ya está. Cuando Felix Baumgartner aceptó el reto de Red Bull para saltar desde la estratosfera tuvo un último instante para dar marcha atrás. Justo antes de saltar de la plataforma podía habérselo pensado mejor. Sin embargo, realizó todos sus movimientos en una danza medida para que todo saliera a la perfección. En ese preciso segundo en que podía haber retrocedido, avanzó hacia delante... porque la decisión no la había tomado junto al abismo, sino mucho tiempo atrás.
Montar alforjas y petates sobre una bicicleta y cruzar el puente del Ebro no supone un reto que pueda equipararse a un salto estratosférico, pero el impulso inicial se ve refrenado en algún momento por la misma pregunta: ¿me arriesgo o me doy la vuelta? Ese puente fue nuestra plataforma abierta al abismo de un planeta, al que no habríamos de llegar de manera perpendicular, como hizo Felix, sino que tendremos que acariciarlo, mimarlo y comprenderlo. Así pues, despedidos de la familia, amigos y curiosos, nos lanzamos al vacío.
Apenas llevamos cuatro días en ruta, lo justo para recorrer los caminos que unen Logroño con Calahorra, Tarazona y Zaragoza. El balance de estas primeras horas es curioso: una alforja rota, un foco estrellado contra una pared, una alforja pringada de miel y fresa "macerada", un petate que ya luce un par de cagarrutas de pájaro, un sillín arañado y comido por los gatos... ¡Cómo será cuando llevemos un año danzando por el mundo!
Todavía estamos haciéndonos a nuestra nueva forma de vida, acostumbrándonos a perdernos y encontrarnos constantemente. Primera lección aprendida: planificar rutas de 50 a 75 kilómetros como mucho. Ilusos de nosotros, creemos que podemos controlar nuestro destino. El primer día pensamos hacer 40 km hasta Calahorra (llevábamos un mes sin coger la bici), pero decidimos hacer tiempo, sin caer en la cuenta de que haciendo tiempo también se hacen kilómetros. Para cuando queremos llegar a nuestro destino, hemos hecho el doble y así hemos empezado nuestro viaje dando un poco de lástima. Como si no fuéramos ya con la lección aprendida, abandonamos el maravilloso pueblo de Tarazona, donde los hermanos Vallejo nos tratan como a uno más, y nos dejamos llevar por dulces palabras que nos prometen una bajada feliz hasta Tudela por la vía verde del Tarazónica, y luego dejar caer nuestras bicis por el canal hasta Zaragoza. Van a ser más de 100 kilómetros, pero nos dicen que en 4 o 5 horas estaremos en Zaragoza y nos venimos arriba. La primera en la frente. O más bien de costado, ya que un fortísimo viento lateral apenas nos deja avanzar por la vía hasta que, a duras penas, alcanzamos el canal. Una vez en él, el viento nos empuja hasta que aprendemos la segunda lección.
Segunda lección aprendida: el canal de Lodosa no es lo mismo que el canal Imperial, que no cambia de nombre cuando atraviesa la frontera provincial. Cuando ya hemos recorrido unos 40 kilómetros por el canal de Lodosa, un amable caballero nos saca de nuestro engaño. Que por aquí no es. Que hay que coger una carretera con un cierzo furioso para meternos por el canal bueno. "Que no tiene pierde". Le hacemos caso, enganchamos con el canal Imperial y a los pocos minutos... camino cortado por obras.
Pues igual sí que tiene pierde, porque acabamos metidos por caminos de fango entre huertas hasta que descubrimos el rodeo para volver a retomar el canal. Una vez allí el cierzo se divierte con nosotros, nuestras bicis son juguetes que se mueven a su antojo. Menos mal que su deseo coincide con el nuestro. Y así, después de otra vueltita tonta por habernos vuelto a equivocar de camino, llegamos a Zaragoza con un "130" en nuestro cuentakilómetros y con dos lecciones grabadas a fuego.
Montar alforjas y petates sobre una bicicleta y cruzar el puente del Ebro no supone un reto que pueda equipararse a un salto estratosférico, pero el impulso inicial se ve refrenado en algún momento por la misma pregunta: ¿me arriesgo o me doy la vuelta? Ese puente fue nuestra plataforma abierta al abismo de un planeta, al que no habríamos de llegar de manera perpendicular, como hizo Felix, sino que tendremos que acariciarlo, mimarlo y comprenderlo. Así pues, despedidos de la familia, amigos y curiosos, nos lanzamos al vacío.
Apenas llevamos cuatro días en ruta, lo justo para recorrer los caminos que unen Logroño con Calahorra, Tarazona y Zaragoza. El balance de estas primeras horas es curioso: una alforja rota, un foco estrellado contra una pared, una alforja pringada de miel y fresa "macerada", un petate que ya luce un par de cagarrutas de pájaro, un sillín arañado y comido por los gatos... ¡Cómo será cuando llevemos un año danzando por el mundo!
Todavía estamos haciéndonos a nuestra nueva forma de vida, acostumbrándonos a perdernos y encontrarnos constantemente. Primera lección aprendida: planificar rutas de 50 a 75 kilómetros como mucho. Ilusos de nosotros, creemos que podemos controlar nuestro destino. El primer día pensamos hacer 40 km hasta Calahorra (llevábamos un mes sin coger la bici), pero decidimos hacer tiempo, sin caer en la cuenta de que haciendo tiempo también se hacen kilómetros. Para cuando queremos llegar a nuestro destino, hemos hecho el doble y así hemos empezado nuestro viaje dando un poco de lástima. Como si no fuéramos ya con la lección aprendida, abandonamos el maravilloso pueblo de Tarazona, donde los hermanos Vallejo nos tratan como a uno más, y nos dejamos llevar por dulces palabras que nos prometen una bajada feliz hasta Tudela por la vía verde del Tarazónica, y luego dejar caer nuestras bicis por el canal hasta Zaragoza. Van a ser más de 100 kilómetros, pero nos dicen que en 4 o 5 horas estaremos en Zaragoza y nos venimos arriba. La primera en la frente. O más bien de costado, ya que un fortísimo viento lateral apenas nos deja avanzar por la vía hasta que, a duras penas, alcanzamos el canal. Una vez en él, el viento nos empuja hasta que aprendemos la segunda lección.
Por el GR-99 |
Segunda lección aprendida: el canal de Lodosa no es lo mismo que el canal Imperial, que no cambia de nombre cuando atraviesa la frontera provincial. Cuando ya hemos recorrido unos 40 kilómetros por el canal de Lodosa, un amable caballero nos saca de nuestro engaño. Que por aquí no es. Que hay que coger una carretera con un cierzo furioso para meternos por el canal bueno. "Que no tiene pierde". Le hacemos caso, enganchamos con el canal Imperial y a los pocos minutos... camino cortado por obras.
Catedral de Tarazona |
Pues igual sí que tiene pierde, porque acabamos metidos por caminos de fango entre huertas hasta que descubrimos el rodeo para volver a retomar el canal. Una vez allí el cierzo se divierte con nosotros, nuestras bicis son juguetes que se mueven a su antojo. Menos mal que su deseo coincide con el nuestro. Y así, después de otra vueltita tonta por habernos vuelto a equivocar de camino, llegamos a Zaragoza con un "130" en nuestro cuentakilómetros y con dos lecciones grabadas a fuego.
Vía verde Tarazónica |
xDDD Me he partido con lo del cierzo. Habéis descrito perfectamente lo que es Aragón xDDDDD y lo siento por vosotros por sufrirlo ´-__-` (y lo de las obras, qué loler. Es otro topicazo aragonés, o al menos de Zaragoza)
ResponderEliminarMucho ánimo chicos. Y felicidades por vuestra aventura.
Saludos desde l'Hongrie ^^ !
Woohoo!!!
EliminarOye, vais a visitarnos en el camino?
Pues igual (casi seguro) vamos a visitaros a los dos :)
EliminarUn relato muy interesante, ánimo chicos!
ResponderEliminarMuchos aupas!!
ResponderEliminarY cierto es que siempre os dejáis cosas haya donde vais. En Zaragoza se ha quedado una pulsera y un collar!!
Salud y buen pedal.
Ayyy!!! Siempre igual!! Además son amuletos con valor sentimental :(
EliminarOs las podemos enviar a Pamplona, o a Logroño...donde digais
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